La competitividad es la herramienta más elemental e indispensable para optimizar el rendimiento de cualquier actividad económica y/o financiera. La ausencia de esta causa desequilibrios que afectan el bolsillo de los consumidores a través de un generalizado encarecimiento de productos y servicios. Las políticas del encuentro requieren que las tasas de interés bajen significativamente para que la expectativa de una reconversión económica se logre materializar en paralelo con una caída relevante y sistémica del riesgo país. Todos estos elementos son acápites del crecimiento económico y de la creación de empleos como consecuencia directa. Ningún avance que se pudiese gestar en esta línea tendría aplicabilidad a largo plazo a menos que la política y sus actores se sometan soberanamente a la preponderancia y majestad de la institucionalidad como piedra angular en la consecución de lo anteriormente descrito.
Mientras los brazos ejecutores de los actores políticos del socialismo permanezcan activamente funcionales será muy difícil, por no decir prácticamente imposible, conseguir los grandes cambios que demanda la sociedad. Si habremos de encontrarnos será con quienes piensen diferente, mas no con quienes usufructuaron delictivamente del poder, o ¿es que debemos contar con la participación de los mismísimos detractores de la institucionalidad?
La competitividad se consigue solo con plenas libertades conjugadas entre derechos y obligaciones, el debido proceso y la institucionalidad. Montecristi 2008 no tiene más cabida.