Los EU respaldaron por décadas a los dictadores Somoza hasta que Carter retiró su apoyo al último de ellos, Anastasio, propiciando su caída y la llegada de los sandinistas a Managua. Los descendientes políticos de Sandino, aliados de los soviéticos, asumieron poderes dictatoriales a partir de 1979, intentaron diseminar su comunismo en la región y dieron lugar a la resistencia de los Contra financiada por los estadounidenses. Ortega, por la perestroika de Gorbachov y la presión de la OEA, fue intimado y permitió elecciones libres ganadas por Chamorro en 1990; entregó el poder ganado en los sufragios de 1985. Le sucedieron constitucionalmente Alemán y luego Bolaños hasta que en 2006, y por única vez, Ortega ganó los comicios en buena ley. Desde entonces se ha convertido en amo, dueño y usurpador de un vasto territorio sin que la Casa Blanca, de republicanos y demócratas, decidan frenar su dictadura.
Nicaragua vale hoy muy poco en términos prácticos o estratégicos. Ya no es un campo de entrenamiento subversivo y de exportación ideológica hacia la región, tampoco representa un riesgo bélico para sus vecinos y mucho menos un desafío de expansión rusa o china. Mientras ese status quo de empobrecimiento generalizado se mantenga y Ortega se aproxime a rendirle cuentas a la propia naturaleza, Murillo no tendrá cómo continuar sosteniéndose en el poder. Triste, pero cierto, mientras los propios connacionales no decidan qué hacer con su propia Patria, otros, con menos criterio que más, continuarán decidiendo por ellos.