Dentro de pocos meses se espera que la gran mayoría de los estudiantes regresen a los centros de educación. Y, aunque se asegure a la mayoría del alumnado haber accedido a la vacuna anti COVID-19, sería un gran engaño pretender que este ciclo escolar, que acaba de iniciar en la sierra y amazonia, finalmente será “normal”. Que el tiempo perdido se recupere milagrosamente, que los estudiantes en poco tiempo terminen aprendiendo lo que no aprendieron durante la no presencialidad y, por tanto, otra vez -igual que el año anterior- habrá que pasarlos al siguiente grado o graduarlos.
En este sentido, más bien pienso algo diferente. Con la pretensión -un poco ingenua, un poco demagógica- de que una pedagogía virtual improvisada y una alta inequidad de acceso a internet y de equipos tecnológicos para las familias pobres, no se podrán compensar los aprendizajes perdidos, en el corto plazo, con el retorno a la escolaridad. Y, el carecer de un plan para el regreso a las escuelas de forma presencial sería un error de incalculables consecuencias.
Por eso, les comparto cuatro dimensiones para garantizar el retorno a clases presenciales, las cuales están pensadas en primer término para la mayor población estudiantil, que es la perteneciente a la educación pública (Ver figura). Pero que también, haciendo las debidas adaptaciones se las puede extrapolar a la educación privada y fiscomisional en nuestro país. Probablemente haya pasado por alto alguna dimensión importante, quizá alguna deberá ser reformulada, quizá algunas de ellas son obvias para cualquier lector informado. Pero lo que importa, en este caso, es dejar al descubierto la enorme preocupación que tenemos los que estamos inmersos en los temas de educación para nuestro pueblo.
Figura: Dimensiones para garantizar el retorno a clases presenciales. Elaboración propia.
En primer lugar, habrá que garantizar la seguridad en las escuelas y colegios. El distanciamiento físico exigirá que haya la cantidad suficiente de aulas y la disponibilidad de otros espacios alternativos para que los estudiantes reciban clases en el contexto post pandemia. Los espacios reducidos para las aulas de clase, a veces con 50 estudiantes o más, son cosa del pasado. La dotación de implementos de higiene será uno de los requisitos más importantes para que un centro educativo funcione normalmente. Todo esto no será posible si no existen los recursos económicos. Al respecto conviene preguntarse: ¿cuántas aulas adicionales y otros espacios se han construido? ¿Disponen las escuelas de todos los servicios básicos? Una escuela “segura” también lo debe ser con respecto a la delincuencia y el microtráfico, ¿existe algún plan para ello, especialmente en los centros educativos públicos de las ciudades grandes?
En segundo lugar, se deberá mantener la educación remota. Dice un adagio popular “no hay mal que por bien no venga”. Este es el caso de los recursos tecnológicos que nunca llegaron a establecerse en el centro escolar hasta que llegó la pandemia y nos obligó a acogerlos, usarlos y en muchos casos hasta depender de ellos. En este sentido, aunque los estudiantes lleguen en un 100% al centro escolar, desde ahora la tecnología será un compañero inseparable para aprender y una fuente inédita para que el maestro pueda enseñar. Todo esto no será posible si no existen los recursos tecnológicos en los hogares y en las escuelas, tampoco lo será si no capacitamos a los docentes en “enseñar a enseñar” desde las nuevas fronteras abiertas por la tecnología. Al respecto conviene preguntarse: ¿Qué ha hecho el Estado en cuanto a conectividad? O ¿Qué hará el Estado para salir del grupo de países que están debajo del promedio en cuanto a inequidad de acceso tecnológico en la región? ¿Habrá internet en los centros educativos públicos y de escasos recursos cuando los estudiantes regresen?
En tercer lugar, hay que imprimir un sello de buen liderazgo. Necesitamos un Ministerio de Educación que cuide a los estudiantes, educadores, directivos y personal administrativo. Que evolucione hacia una nueva estructura post pandemia y que el papel hiper regulador, sancionador, centralista y de elaboración de lineamientos o instructivos diseñados desde un escritorio para sujetos que solo deben cumplir consignas, sean cosa del pasado. Al respecto conviene preguntarse: ¿Qué está haciendo el Ministerio de Educación para que los mandos medios se adapten a estas nuevas realidades y no mantengan visiones y modos de proceder del siglo pasado? ¿Qué iniciativas recoge de otros sectores del ámbito educativo, las promueve, las avala o simplemente les quita las trabas para fomentar la innovación y la excelencia? ¿Qué hará para cuidar a los docentes que no solo se exponen a un nuevo contagio de COVID-19, sino que arriesgan su integridad enseñando en lugares de alto riesgo como son los sectores marginales, los centros de reclusión y los recintos rurales de difícil acceso?
Finalmente, y no por ello lo menos importante, el Estado tendrá que obligarse a financiar la educación en el nuevo contexto que se viene. Las tres dimensiones anteriores, si las autoridades educativas son serias, demandarán que el presupuesto destinado a educación se incremente. El re-acondicionamiento de las escuelas es una tarea que no espera plazos intermedios. También es preciso hacer cálculos para responder al número de estudiantes que han migrado de la educación particular a la pública con la edificación de nuevos centros educativos o la ampliación de los existentes. Si se verifica este incremento de alumnado, habrá que definir nuevos cupos para el magisterio. Financiar la educación post pandemia no deberá ser sinónimo de derroche de recursos, contratación de obras y servicios sobrevalorados, y peor aún, incremento de más burocracia. En esto la educación privada podría ser un aliado estratégico en el “know how” de optimización de recursos y otros temas.
Entonces, quedan rondando por ahí estas cuatro dimensiones: seguridad en las escuelas, educación remota, liderazgo del talento humano y financiamiento de la educación, para que hagamos de la educación en la era post pandemia, un relato en el que abunden más los aciertos que los fracasos.
Ante esta realidad para la cual nadie estuvo completamente preparado, las cuatro dimensiones que plantea el autor son una guía práctica que nos permite planear un retorno eficaz.
Es interesante la invitación de este artículo al Mineduc a priorizar la aplicación del currículo en el aula y no en portafolios de evidencias de escritorio vanas.
Gracias Hno. Ricardo, es un buen itinerario práctico.