21 noviembre, 2024

La sed de sangre

“Homo homini lupus”, el hombre es el lobo del hombre, es una verdad irrefutable. La tecnología llevó la sed de sangre al cine, luego a la televisión, a los juegos de vídeo, a la Internet y toda su maraña de comunicación.

La ambición humana, la prepotencia, la búsqueda insaciable del poder, ha sido el origen de las guerras, de la destrucción, de todos los conflictos. Esto, añadido al hedonismo (la búsqueda del placer por el placer, en forma incontenible), la amoralidad, la liberación de los instintos y la ola desenfrenada de destruir todo lo establecido, con eso de los géneros (no hablando de calidad de telas), asesinatos, aberraciones, el afán de lo material, la envidia, la insaciabilidad, todo lo que está moviendo al mundo hacia la autodestrucción, parece no tener fin. Para el mundo, es más grande Napoleón, que Mandela o Gandhi.

Somos proclives al mal. Nos atrae lo prohibido. Lo que menos buscamos en la vida es el dominarnos, y es justamente lo que es nuestra obligación hacer. ¡El hombre que se domina a sí mismo, domina al mundo! Es un axioma que debería ser la meta de nuestras vidas.

Paro nosotros mismos vamos como reses al matadero, y prácticamente empujando a los que están delante para avanzar más rápido. Parecemos los lemmings del cuento de Disney, en estampida a nuestro suicidio colectivo.

Si hacemos una encuesta, veremos que los programas de guerra, destrucción, asesinatos, drama, ganan en sintonía a cualquier otro programa, incluso en los infantiles.

¡Creo que debemos reflexionar y dirigir el mundo en una dirección más pacífica! Volvamos a los valores y principios morales. Busquemos la solidaridad, la ayuda mutua, el danos la mano, ayudarnos mutuamente. ¡Volvamos al amor!

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Agradezcamos y admiremos

“Es indicio seguro de mediocridad alabar siempre moderadamente”. – Marqués de Vauvenargues – “No siento envidia, sino más bien admiración”. – Virgilio –

Lo más difícil en la vida es reconocer los valores y virtudes ajenos; aplaudir, felicitar, admirar y agradecer por lo positivo que haya hecho el otro. Más difícil todavía es cuando hay algo que nos separa de ese otro, por ejemplo su ideología política o su religión o simplemente una idea cualquiera que tenga sobre cualquier cosa en particular. Muchísimo más complicado es reconocer alguna cualidad de un enemigo, de alguien con quien hayamos tenido un conflicto o de alguien a quien, como se dice comúnmente, ‘no podemos ver ni en pintura’. Pero estamos obligados a hacerlo.

No debemos juzgar a las personas, sino a las ideas. Suena fácil pero no lo es. Continuamente nos confundimos, no somos capaces de separar una cosa de la otra.

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