«Uno es valiente cuando, sabiendo que ha perdido ya antes de empezar, empieza a pesar de todo y sigue hasta el final pase lo que pase. Uno vence raras veces, pero alguna vez, vence.»
Matar a un ruiseñor es una novela escrita por la novelista estadounidense Harper Lee, a donde, a través de la visión de una niña de 8 años, relata un perfecto ejemplo de integridad, en el personaje de su padre, Atticus Finch.
La lucha valiente, determinada y serena contra las arraigadas creencias sociales y los estereotipos que dominan el entorno, es la base de la novela, mientras tres pequeños amigos viven su infancia entre sus juegos y la imaginación, en el condado de Maycomb, Alabama. Estos tres amigos, Scout, Jem y Dill, en sus juegos dicen divertidas frases como esta: ”“Ángel del destino, vida para el muerto; sal de mi camino, no me sorbas el aliento” con ello hace que no pueda envolverte el espíritu…”
Scout y Jem son hermanos, hijos de Atticus. Dill, su amigo, aspira a ser un payaso: “Si, señor, payaso-repitió él—. En lo que se refiere a la gente, no hay cosa en el mundo que pueda hacer si no es reírme; por lo tanto, ingresaré en el circo y me reiré hasta volverme loco.”
Atticus Finch, abogado de profesión, viudo y con dos hijos, Jem y Scout, el personaje central de Matar a un ruiseñor, simplemente, es quien es y no tiene miedo. No se rinde ante los prejuicios sociales ni ante las tendencias de la comunidad en la que vive. Su rectitud es el mejor ejemplo que dará a sus hijos durante su crianza. Les enseña, con acciones, a ser tolerantes y solidarios con todos, no solo con los más desafortunados, con aquellos prepotentes y soberbios, también. Atticus asume la defensa de Tom Robinson, un hombre negro acusado falsamente de violar a una chica del condado: “Simplemente, estoy defendiendo a un negro, se llama Tom Robinson.”
“El motivo de que personas razonables se pongan a delirar como dementes en cuanto surge algo relacionado con un negro, es cosa que no pretendo comprender…” “Llorar por el infierno puro y simple en que unas personas hunden a otras… sin detenerse a pensarlo tan solo. Llorar por el infierno en que los hombres blancos hunden a los de color, sin pensar que también son personas.»
Si ubicamos la historia en el contexto de la época, nos daremos cuenta de que a principios de los años treinta, ser abogado “defensor de un negro”, no era una tarea sencilla al sur de los Estados Unidos. En ese tiempo, los prejuicios raciales estaban fuertemente arraigados. Atticus defiende a Tom, no por ser negro, no por ser pobre, lo defiende porque es abogado y cree en la dignidad de todas las personas, más allá del color de su piel o de su posición en la sociedad, algo que la gente de esa época no entendía ni trataba de entender. Atticus es ese hombre ejemplar, que no juzga ni condena, que se informa de los hechos y los trata con objetividad, que elige el camino difícil, la puerta angosta, ese espacio que nadie se atreve a transitar por el miedo al juicio y a la reprobación social, e inclusive familiar.
Mayela es la chica supuestamente víctima de la violación por la cual culpan a Tom, y Atticcus ni siquiera demuestra aversión por ella, ni por su padre Bob Ewell, que dieron falsos testimonios en el juicio, lo que llevó a la condena injusta de Tom. Y esto es, porque Atticus no ve que en ellos hay mal, simplemente piensa que estas personas son ignorantes, por eso actúan así, con un odio racial incomprensible. Analizando al personaje, al menos para mí, él tiene razón. Tanto Bob como su hija, son ignorantes, han nacido, crecido y vivido en medio de la falta de educación, la incultura y la ignorancia, son una especie de miserables mentales.
Atticus va contra corriente, no sigue lo establecido, porque está seguro de si, de sus convicciones; estoicamente soporta la presión de la sociedad y de la familia, y con gran amor le dice a sus hijos, que no podría ser más su padre, ni mirarlos a los ojos, si deja a Tom sin defensa, si no se encarga de su caso y al menos intenta demostrar su inocencia. Él, Atticus, perdería su valor como ser humano, si no actúa de acuerdo a sus principios.
Scout, la hija de Atticus, la niña que relata la historia, se pelea en la escuela porque insultan a su padre; sus compañeros le recriminan que defienda a “un despreciable negro”. Ella se siente mal por eso y le pregunta a su padre por qué lo hace, repitiendo las palabras de los otros niños. Atticus pide que se ponga en el lugar de los demás, recordándole que la familia humana no contempla excepciones. Los “despreciables negros” son sus vecinos, gente sencilla y trabajadora que vive marginada, soportando una inmerecida segregación. La templanza de Atticus Finch es ejemplar, sin ser un hombre santo, sabe lo que es el desaliento, la impotencia, la frustración, pero no se deja vencer ni por el pesimismo ni por la cólera. Él enseña a sus hijos con el ejemplo, que la violencia, nunca es la alternativa ética. Les da independencia y los corrige con firmeza; no los sobre protege, pero está vigilante y no prescinde de su responsabilidad paternal.
El personaje Atticus Finch es un homenaje de Harper Lee para su padre, el abogado de Alabama, Amasa Coleman Lee, quien ejercía su profesión sin discriminar a nadie. De esta novela, también hay la película, en la cual Gregory Peck interpreta a Atticus Finch. La versión cinematográfica es de Robert Mulligan (To Kill a Mockingbird), 1962.
Atticus, es un ciudadano con sentido de pertenencia al lugar a donde vive, aprecia a sus vecinos, no obstante no está dispuesto a seguirlos en sus errores. Piensa que el amor se ejerce mediante un insobornable espíritu crítico. Es propio de los seres pensantes buscar siempre la verdad, no caer en la ceguera social que más de una vez invita al ser humano a ser irresponsable, indolente e indiferente. No hay que conformarse, hay que ser autocríticos y críticos. Y como Atticus lo dice en la novela, el individuo no puede desobedecer la ley, no obstante si debe procurar que está cambie cuando es injusta, insuficiente o absurda. Todo se logra mediante el ejemplo, ya que los discursos y los sermones se pierden en el aire. Y aunque parezca mentira, el testimonio de una sola persona puede transformar la mentalidad de toda una colectividad.
El jurado, que representa a la sociedad y a sus prejuicios arraigados en Matar a un ruiseñor, actúa en consecuencia de los mismos y condena injustamente a Tom. Y aunque aparentemente Atticus pierde el juicio, deja sentada una huella, la semilla de la verdad en esas mentes abotargadas por la ignorancia y el miedo social. Atticus con su defensa de Tom Robinson da un ejemplo público y visible, valiente y sin alardes, de lo que un hombre cabal puede hacer sin miedo a los demás ni al que dirán. Los prejuicios de todo tipo, antes eran raciales, ahora estamos viviendo tipos de segregación diferentes, no son verdades, no son certezas, son estigmas que encadenan al ser humano a lo burdo del odio y del miedo, solo generan angustia, dolor y destrucción.
Este libro vale leerlo en toda època, ya que su mensaje es universal y tal como están las cosas en el mundo, es absolutamente actualizado, induce en las personas el deseo de hacer del mundo un lugar mejor para todos, recordándonos en todo momento que solo hay una clase de personas: personas (“… yo creo que solo hay una clase de personas. Personas.”)
Matar a un ruiseñor enseña fundamentalmente el respeto basado en la nobleza humana; esto que antes era entre negros y blancos, hoy se aplica para todos: “… Pero permite que te diga una cosa, y no la olvides: siempre que un hombre blanco abusa de un negro, no importa quien sea, ni lo rico que sea, ni cuan distinguida haya sido la familia de que procede, ese hombre blanco es basura.”
Y aunque en la novela, su autora nos dice: “Hay algo en nuestro mundo que hace que los hombres pierdan la cabeza; no sabrían ser razonables ni que lo intentaran.”, también nos alienta para no desanimarnos, ya que al final de cuentas: “Las cosas nunca están tan mal como aparentan”
Matar a un ruiseñor, novela publicada en 1960, llegó a ser un éxito mundial con mas de 30 millones de copias vendidas, su autora ganó el premio Pulitzer por esta novela, en 1961; Harper Lee, quien murió en el 2016, escribió un libro más: Ve y pon un centienela.