21 noviembre, 2024

Algunas reflexiones…

Dirigir un país conlleva tener la mayor responsabilidad adquirida voluntariamente por un ciudadano.

Es algo parecido a lo que obligatoriamente se asume cuando nos convertimos en cabeza de familia.

Cualquier tipo de aspiración personal termina y todo se convierte en una meta para generar la mayor seguridad para todos.

Ser un presidente demanda el uso del poder para lograr el mayor bienestar para una sociedad.

Este bien invalorable se consigue a través de la paz ciudadana.

Un territorio que se gobierne a base de la imposición del miedo no es una patria.

Pretender hacernos creer que vivimos en una maravillosa república cuando hay desempleo, delincuencia, insalubridad, corrupción, autoritarismo y violación de los derechos constitucionales,  es utilizar Maquiavélicamente los recursos publicitarios con dineros del estado para convencer la gente y mantenerse en el poder.

La obligación ineludible de un mandado es la preservación de la libertad de todos los que habitan en el territorio nacional.

La conducción de un gobierno jamás debe ser hecha como si fuera algo personal.

Las neuronas producen ideas; el hígado la bilis.

Las decisiones no pueden ser viscerales; deben ser cerebrales.

No se trata de si esto me conviene o si me ofende.

Todo tiene que ver con el bien todos.

Dentro de un estado tienen igualdad de derechos, los que piensan como quién los gobierna y también los que se le oponen.

Nadie puede reclamar un derecho para sí mismo, sin primero reconocer ese mismo derecho para los demás.

Cuando se gobierna se gobierna para todos.

Es fácil complacer a quienes nos adulan.

Lo difícil es satisfacer a quienes nos protestan.

El respeto supremo al derecho ajeno es la paz.

Las serenas pero firmes decisiones de un presidente deben beneficiar a las mayorías sin perjuicio de las minorías.

¿Cómo saber si aquello que hace un mandatario es lo correcto?

Es fácil hacer lo correcto.

Lo difícil es saber que es lo correcto.

Pero; cuando se sabe que es lo correcto, es imposible no hacer lo correcto.

La sagrada obligación de un gobernante es la preservación de la libertad. 

Todos sus cometidos deben encaminarse para permitir que los ciudadanos actúen de acuerdo a lo que piensen y expresen libremente lo que sienten.

Un presidente tiene que ser coherente.

Debe actuar de acuerdo a lo que dice.

No puede ser de una manera y actuar haciendo lo contrario.

No puede insultar los sábados e ir a misa los domingos.

El hombre más coherente que ha existido en la humanidad ha sido Jesús.

Vivió de la manera que predicó.

En esa humilde coherencia radica la vigencia universal de su inconmensurable liderazgo.

Jamás fue pretencioso ni prepotente.

Un líder no puede hablar de la paz social, si fomenta la división del pueblo al que tiene la obligación de unificar.

La unidad nacional es una responsabilidad ineludible de todo mandatario.

Lograr un consenso para establecer el rumbo que debe tomar el estado, debe ser su mayor meta.

Un grave síntoma de pobreza intelectual, es esgrimir el argumento con el que se pretende dividir al pensamiento como si se lo pudiera dividir, entre las ideologías de izquierda y derecha.

Peor aun satanizando a la derecha y glorificando a la izquierda.

El pensamiento del hombre del siglo XXI es uno solo.

Quién pretenda dividirlo es un arcaico dinosaurio del pasado.

Pensar que los hombres son buenos o malos por lo que piensen hacia un lado o al otro, traduce la acefalía neuronal de quien necesita cobijarse en la 

marginación a quién no piensa igual, para hacer lo que le da la gana.

Cuando alguien se refugia en una ideología para odiar a quienes no son parte de ella, usa el patológico mecanismo psicológico de la proyección, que en buenos términos significa endilgar a otra persona lo que en el fondo esa misma persona lo es.

Así por ejemplo; si soy ladrón diré que el otro es ladrón, si soy cobarde diré que el otro es cobarde etc. 

Cuando se asume la dirección de un país se deja de ser un yo o un tú para convertirse en un nosotros.

Se debe preservar a cualquier costo la libertad de expresión.

Una de las formas como esta se evidencia es con la vigencia plena de la libertad de prensa.

Un presidente que respete a la prensa es un demócrata.

Un mandatario que amordace a la prensa es un tirano.

La diferencia entre dictador y patriota está en la tolerancia que este tenga para el uso del poder. 

Un dictador jamás escucha; solo escucha lo que él mismo dice para creer que eso es lo único que se tiene que escuchar.

¿Quién es más tonto?

El tonto que habla tonteras o el tonto que se cree las tonterías que habla. 

Un patriota debe hacer lo que el pueblo le diga que haga. Los presidentes no son dioses, ni redentores; peor mesías.

Son solo ejecutores de la voluntad popular.

No son dueños del pueblo; el pueblo es su dueño.

Cuando creen que la gente les pertenece y las tratan como si le fueran propias, evidencian la suprema arrogancia de una sobrevalorada vanidad que marea a quienes ostentan el poder.

Un mandado que se crea propietario de la población es un ambicioso cuya ambición no tiene límites.

Ese auto descontrol de apreciación, lo convierte en un lesionador social por el mal uso del poder que se le ha conferido.

Una población que no pueda expresar sus sentimientos o sus pensamientos por el miedo a quien  la gobierna, es una horda de serviles mojigatos que se cobijan en el silencio cómplice de su propia cobardía.

Algunos tiranillos piensan que la libertad de expresar lo que pensamos debe ser limitada.

Desde que el hombre tuvo inteligencia, la divergencia del pensamiento ha sido el instrumento que ha permitido evolucionar a nuestra civilización, gracias a la coexistencia de criterios opuestos y la posibilidad de su divulgación. 

Si la libertad significa algo, es el derecho de decirles a los otros lo que no quieren oír.

El presidente debe ser el paladín de este patrimonio universal.

El poder que se le concede tiene debe ser controlado por la constitución.

La ley no le pertenece al presidente; el presidente le pertenece a la ley.

El poder no es propio; peor ilimitado.

Es simplemente una capacidad de ejecución que se le confiere a un individuo para que logre el bien común.

El uso del mismo debe estar sujeto al control establecido por la carta magna y con el debido contrapeso de la independencia entre los poderes

del estado.

La equidad social resultante de esta esta autonomía es lo que garantiza la vigencia de un estado democrático.

Un presidente que tenga bajo se control a los poderes del estado, es un tirano.

Un mandatario que respete esa independencia es un estadista.

Para ser per presidente se debe aceptar con humildad la realidad de este designio divino.

Se necesita poseer una sencillez derivada de la divinidad, para que el cargo no lo convierta en un embrutecido del poder.

El escogido debe ser un libre pensador que gobierne por amor y no por rencor.

Debe ser el ciudadano más tolerante; el más ecuánime.

Jamás debe tomar decisiones basadas en sus sentimientos o su venganza.

El hijo de dios fue el rey de los humildes.

Su misión fue mucho más grande que la de ganar un sufragio electoral.

Un presidente necesita ser más sencillo después de ganar una elección.

Gracias a Dios yo soy un librepensador que no se arrodilla ante nadie…

 

¡Viva la libertad; viva la patria!

 

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