23 noviembre, 2024

El becerro de oro.

“Madre, yo al oro me humillo:
él es mi amante y mi amado,
pues de puro enamorado,
de continuo anda amarillo;
que pues, doblón o sencillo,
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero
es don Dinero”
(Quevedo)

Lo que corrompe al hombre, no viene de afuera, viene del interior de uno mismo. Son nuestros mismos vicios y pecados, los que afloran de nuestra alma y que nos destruyen desde adentro. Es necesario desprenderse de los apegos, de nuestros propios defectos, de nuestro afán ilimitado de poseer.

Cuando Moisés bajó del monte Sinaí, con las tablas de le ley, y encontró a los judíos, adorando al becerro de oro, tuvo tanta furia, al descubrir que el pueblo de Dios, aun sabiendo que iba a hablar con el Señor, se había puesto a adorar a algo físico, a un becerro hecho con el oro, que los mismos judíos habían entregado a Aarón para que haga el becerro, que representaba el poder, la fortuna, lo que, para la gente inferior, significaba la meta a alcanzar, que rompió las tablas de piedra, por lo que tuvo luego, que pedirle a Dios que las vuelva a escribir.

La ambición ilimitada, mezcla de soberbia, avaricia, envidia, prepotencia y todos los pecados capitales, son las fuerzas que en realidad mueven al mundo y nos llevan a actuar en la forma errada en que actuamos.

No todo lo que brilla es oro, ni todo lo que resplandece es lo que vale. La luna es la luz del sol reflejada en su superficie. El ser humano es reflejo de su alma. Por eso es necesario que lo que reflejamos demuestre lo que somos, y para ello es necesario ¡SER! Nuestra imagen debe ser, como lo dice el Génesis, a imagen y semejanza de Dios, quien nos hizo, ¡no para servirnos, sino para SERVIR!

Creo que es necesario que hagamos un ¡ALTO! en nuestras vidas para reflexionar y quitarnos toda esta maraña de basura que hemos almacenado en nuestra alma. Tenemos que pensar que: “desnudo viniste, desnudo te irás, de Dios has venido y a Dios volverás”.

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