Los consensos o acuerdos son bastante raros de producirse cuando existen marcados desbalances en la representatividad ciudadana al interior del legislativo y más aún cuando los intereses personales destruyen la presunta racionalidad que debería primar entre quienes constituyen el poder político. Los resultados económicos obtenidos por la sociedad a través de una plétora política desde el populismo hasta la derecha y la izquierda en diferentes niveles de gravitación ideológica son muestra de una irresponsable conducción del Estado ejercida desde el retorno a la democracia.
Todas las tendencias han fallado y nadie lidera hoy electoralmente alguna vertiente verdaderamente filosófica. Así, situarse políticamente en el centro podría constituirse en una posición capaz de construir mínimos acuerdos de gobernabilidad. El tema no deja de ser controversial, sin embargo, porque dicho centro es apenas una postura, quizás de concertación, pero que no necesariamente representa una determinada filosofía política. Ese centro podría ser demasiado amplio en algunos casos y muchísimo más reducido en su competencia en otros. Quien se autocalifique como centrista, finalmente ¿qué mismo defiende?
Donde no debería existir divergencias conceptuales es en la identificación de la corrupción, gravitante tema de inflexión en el que los miramientos políticos están demás. Sin embargo, mientras los corruptos no lleguen judicialmente a prisión o políticamente se libren de ella, nada nos hará presagiar un país con justicia y porvenir para todos.
Aqui solo defienden los intereses del dueño de la maquinaria electorera que sunge de movimiento o partido politico.