Mi primera Navidad llegó cuando tenía casi dos meses de haber nacido en este mundo. Por lo que escribió mi mamá en el “libro del bebé” sé que no me prestaron mucha atención, ya que era muy “tiernita”. También por lo que está escrito en ese libro de memorias, me enteré de que en mi segunda Navidad mi juguete favorito fue un grillo. Al grillo le amarraron una piola en una de sus patitas y yo lo arrastraba por la casa, feliz con mi mascota navideña. El nombre exacto que consta en el libro de memorias es: “grillo con piola”. El regalo que más le gustó a la niña fue el grillo con piola.
Desde esa segunda Navidad de mi vida, ya han pasado tantas, que son incontables los grillos que llegaron con ellas.
Y es que Guayaquil nada tiene que ver con esas bellas postales con pinos, renos y nieve, que inundan el ambiente navideño. Acá cuando se acerca diciembre, empieza a oler a lluvia, y una vez que llueve, llegan los grillos, y muchos. Pocos aparecen antes del primer aguacero. Pero luego de la primera lluvia, nos invaden como verdaderas alfombras vivientes.
El canto de los grillos nos dice que estamos en el mes de la Navidad. Es como un permanente villancico que se activa a partir de las seis de la tarde, sin embargo, no es imposible que dure todo el día. Ya que ellos se las ingenian para entrar a las casas, así estas se encuentren amuralladas contra los grillos. Se instalan en los closets, alacenas, bodegas, jardines…
A veces llegan grillos normales, y en algunos años, llegan cientos de grillos tan agresivos, que da la impresión de ser grillos mutantes, que caen y pican, parece que se encuentran en una guerra y van al ataque.
Mucha gente les teme y no son pocas las veces que por todos lados se escuchan gritos de terror ante la desagradable presencia de los grillos. ¡Ah!, que bello sería si en lugar de grillos hubiese renos… Si este calor, a veces calcinante, se transformara en un agradable friecito que a la vez nos permita lucir la ropa del verdadero invierno, el que se vive en esos países de las bellas postales navideñas.
No obstante entonces, no sería Guayaquil.
Y la lluvia, esa lluvia que adormece los sentidos y que invita a no levantarse de la cama para salir a trabajar. Que lo inunda todo, las calles como ríos correntosos… No hay drenaje de aguas lluvias, y eso es parte de nuestro folclore en época de navidad y en ese extraño invierno, tan diferente, en el que llueve, hay grillos y hace calor.
La humedad, otra infaltable acompañante de la época navideña, cuál hada madrina que no puede despegarse del clima tradicional de Guayaquil. En otros lados hay hadas y duendes, aquí tenemos otras cosas.
Si tuviéramos un trineo un grillo sería el reno, se llamaría Pepe no Rodolfo; el trineo se quedaría varado en alguna de las calles de Urdesa, inundada por la lluvia.
¿Papá Noel? Podemos decir que Juan Pueblo arrastra la carreta tirada por el grillo, y que está varada en la calle inundada por la lluvia.
En el gran nacimiento de la ciudad, sea en el cerro del Carmen o en Mapasingue, Guayas y Quil acunan en sus brazos a nuestra amada Guayaquil, que renace como un mesias despues de cada tormenta.
Todo esto lo he pensado mientras imaginaba personajes propios para vivir la Navidad en casa.
A la vez, que intentaba recordarme, visualizarme de niña, jalando una piola para hacer mover al grillo. Feliz con ese peculiar regalo, sin saber ciertamente que era Navidad, dando vueltas por la casa de mis padres, jugando con ese pequeño insecto que por una noche de mi vida fue mi juguete favorito. Mientras las gotas de sudor decían que existía el hada de la humedad y las picadas en las piernas hablaban de los duendes locales, los mosquitos.
Muy bonito relato muy apegado a Guayaquil
Lindo escrito ! Es muy poético al comparar el canto de los grillos a villancicos de Navidad.
Sería lindo que nos escriba sobre el 6 de Enero; el día que festejamos a Los Reyes Magos.
Un abrazo