Creemos que la vida es una secuencia de cosas serias y responsabilidades importantes.
Pasamos la mayor parte del tiempo queriendo ser como los demás quieren que seamos y cuando nos damos cuenta, hemos sido todo para todos pero menos lo que debimos para nosotros.
Los seres humanos son egoístas por naturaleza y siempre tratarán de que hagamos lo que a ellos les conviene, pero sin retribuirnos para nada todo lo que damos.
Todos los días desempeñamos un papel que por nuestra permisividad nos han asignado las circunstancias o las personas que nos rodean.
Todos esperan de nosotros lo que cada uno de ellos necesita, pero sin que les importe lo que nosotros necesitamos.
Nuestra propia familia cree que somos como deberemos ser y no como quisiéramos.
En nuestra sociedad, todos esperan lo que quieren que seamos, menos lo que realmente debemos ser.
Cuando estés solo, mírate fijamente al espejo y encontrarás algo que te aterrará. Verás frente a ti a dos personas. Una la que eres y otra la que te mereces ser…
En medio de las dos hay una distancia insalvable entre tus ilusiones y tus realizaciones.
Una imagen es la que eras; una persona llena de sueños, metas y alegría. Otra imagen es la que eres; una persona sin sueños, metas y desdichada.
Tú pesimismo ha sido impuesto por las circunstancias que te ha tocado vivir.
¿En que parte del camino te perdiste?
¿Cuando dejaste de soñar, de ser libre, de reír?…
¡Cuando te volviste adulto comenzaste a morir!
Cuando empezaste a vivir la vida para otros olvidándote de ti, te volviste serio e infeliz.
¿A fin de cuentas… que son las tristezas, las angustias y las depresiones?
Son solo formas de infelicidad que traducen maneras de vivir equivocadas.
No conozco ningún ser feliz que se deprima, así como nadie que se ría y al mismo tiempo sufra.
La causa de nuestra infelicidad la causamos nosotros. Al crecer perdemos nuestra simplicidad. La etapa adulta conlleva las complicaciones.
El sinónimo de ser maduro es tener una vida compleja y complicada. Mientras mas importantes seamos, más complicada debe ser nuestra vida.
Vivimos más para los otros que para nosotros.
Nos pasamos “cumpliendo” con nuestras responsabilidades y viviendo bajo las reglas que nuestra circunstancia nos impone.
No tenemos tiempo para nosotros. Debemos trabajar, cumplir con nuestro papel para ser serios y formales, tal como se espera de nosotros.
Cuando nos damos cuenta estamos con stress, taquicardias, insomnio, angustia o malgenio, causados por las presiones y nuestras obligaciones.
En definitiva seremos infelices y desdichados. Habremos olvidado que la vida es demasiado seria para tomarla en serio. Dejaremos de ser quien éramos para convertirnos en un individuo como el que vimos en el espejo. Nos habremos convertido en todo lo que nunca quisimos y no seremos felices.
Para ser feliz se necesita del amor a cada instante.
Disfrutar la vida es algo tan simple; tan sencillo.
¿Cómo hacerlo?
La regla es sencilla: vivir para nosotros y no para los otros.
¿Como saber si la decisión que tomamos es la correcta?
Tiene que tener dos condiciones: la primera es que lo que decidamos nos haga feliz. La segunda es que lo que decidamos no lastime a los que amamos.
Para ser feliz solo hay que ser uno mismo sin permitir que nadie nos diga lo que debemos hacer.
Es volver hacia nosotros y lo que éramos. Es regresar a lo simple para disfrutar la magia del vivir. Cuando dirigíamos nuestro destino éramos felices. Cuando somos dirigidos nos volvemos infelices.
La felicidad está en el amar y reír.
La mejor forma de vivir es con una sonrisa y disfrutando nuestra existencia con las pequeñas cosas que nos brinda la vida.
Si mantenemos la capacidad de soñar tendremos ilusiones que nos darán felicidad. Mientras soñemos viviremos.
Jamás nos resignemos a vivir lo que otros han trazado para nosotros.
Las preguntas están en el miedo; las respuestas en el amor.