Hay momentos de la vida en los que debemos reflexionar.
Mucha gente cree que tomarse un tiempo para pensar en el futuro es una tontería porque dicen que se encuentran demasiados ocupados con sus obligaciones actuales y no tienen tiempo para nada.
He oído decir a muchos que sus responsabilidades o las importantes tareas que desempeñan no les permiten tener un minuto de su tiempo para pensar en tonterías que no llevan a ninguna parte.
Por esa razón es que con mayor razón debemos pensar en las verdaderas prioridades de la vida.
A fin de cuentas toda la existencia se resume en tratar de obtener el mayor placer o tener el menor dolor.
Todas las acciones del ser humano están encaminadas hacia ello.
Supongan que el día de hoy les dan a ustedes la mala noticia de que les quedan seis meses de vida.
Imagínense que no pueden hacer nada para luchar contra ello; indefectiblemente van a morir.
¿Qué sería lo más importante?
El día de su muerte, el hombre más rico y el hombre más pobre del mundo no se podrán llevar nada a su siguiente vida.
Las prioridades de la existencia no están en las cosas materiales que logramos acumular.
Tener algo más que el resto, no garantiza nuestra mayor felicidad para la siguiente vida.
Si tuviéramos que enfrentar la dura realidad de que nuestra existencia se termina, todas las responsabilidades y todos los objetos materiales que hayamos conseguido, dejarían de ser importantes; simplemente no tendrían sentido para nuestro próximo morir.
Recuerdo a un amigo que se compró un carro muy lujoso y a los dos meses de tenerlo le diagnosticaron una enfermedad incurable.
Durante más de un año y medio ni siquiera prendió el automóvil; todo el tiempo se la pasó luchando para sobrevivir hasta que finalmente murió.
En la vida solo hay dos prioridades importantes.
La paz y el amor.
La paz se encuentra en Dios.
El amor en los que te amen.
Muchas veces decimos ser creyentes de una religión que culturalmente nos ha sido inculcada.
Pero sin embargo, jamás hemos tenido la convicción para lograr un encuentro individual con el Dios que decimos venerar.
Muchos acuden permanentemente a cumplir con la rutina que les ha sido impuesta por la costumbre, pero jamás han tenido un verdadero compromiso para buscar la paz necesaria para trascender al siguiente plano de conciencia.
Nunca nos hemos preparado para el cambio que tendremos en nuestra nueva manera de existir.
Se supone que en la misma tendremos una conciencia para reconocer quién somos y la memoria para saber lo que hemos sido.
Si no fuera de esta manera, no tendría sentido el querer a nuestros padres, mujer o hijos, porque de nada serviría haberlos querido si después de muertos no nos acordaremos de ello.
Nuestra tranquilidad se encuentra en la paz que nos otorgue la conciencia.
Necesitamos poseer la convicción de que vamos a trascender a un nuevo espacio en un distinto grado de conciencia.
Cada uno aspirará a que este nuevo plano de existencia sea como sus creencias culturales se lo hayan permitido conceptualizar.
Cada persona deberá a encarar a su manera con la incertidumbre de no saber a dónde irá cuando se muera.
Nadie por muy valiente que se crea, está debidamente preparado para este enfrentamiento.
Habrá algunos que serán más templados que otros y muchos que serán mucho menos fuertes que los otros.
Todos tendrán mayor o menor miedo; pero de tenerlo; lo tendrán.
El que diga que no tiene miedo de morir no es un mentiroso, es un inconsciente que está falsamente convencido de que nunca va a morir.
En mi caso la única razón para ser feliz en la otra vida, sería que mi partida me permita adelantarme para tener todo listo para que cuando mis hijas también lleguen, no tengan que preocuparse de nada por haber llegado.
Si existe el paraíso en el más allá, el mismo no sería un paraíso para mí sin la presencia de ellas y sus hijos.
El paraíso es lo que estoy viviendo ahora junto a ellas.
La vida de la tierra es el cielo para mí.
Cada vez que soy consciente de que están vivas, experimento una alegría inconmensurable que no merecí.
Cuando abrazo a sus hijos que también son mis hijos, estoy seguro que cuando enfrente el momento de mi muerte, mi problema no será el miedo a donde vaya, sino el miedo de lo que dejaré.
A donde quiera que deba ir, no podré sobrevivir ni un solo instante sin su amor.
Los que amo constituyen mis razones del vivir.
Son las explicaciones que me doy para entender el propósito de mi existencia.
Nada de lo que he hecho en mi vida ha sido importante.
La vida pública, los cargos, el éxito o los reconocimientos no sirven para nada.
Lo único trascendental que he realizado ha sido mi participación en la creación de mis hijas.
En eso estriba el verdadero milagro que he concebido durante mi vivir.
Lo realmente significativo de mi vida ha sido el concebirlas y a través de ellas ver como la continuidad de mi sangre sigue fluyendo con sus hijos.
Ese ha sido el evento más valioso que he logrado en mi existencia.
Ellas han sido la culminación de mis aspiraciones.
Cuando era más joven ambicionaba muchas cosas.
Ahora que las he tenido todas, me he dado cuenta de que el privilegio de vivir junto a mis hijas ha rebasado todas las expectativas que mis mayores deseos anhelaban.
A mi mente vienen los recuerdos de lo que compartí junto a ellas.
No existen palabras para describir como disfruté a plenitud cada instante de la existencia de sus vidas.
Estuve presente en cada día de todos los días de su historia.
Amarlas constituye un privilegio para mí.
Siempre he tratado de que su existencia fuera mucho mejor que la mía.
Procuré que vivan a través de una sonrisa.
Les enseñé a vivir su vida como vieron que viví la mía y ahora veo como sus hijos también lo hacen de la misma manera con la suya.
Cada vez que las veo a Dios.
Me fascina que me digan que me quieren.
Caigo embelesado cuando cogen mis manos como lo hacían cuando eran pequeñitas y caminaban junto a mí.
Hemos sido cómplices de tantas fechorías;
He sido su compinche en todo lo que me han pedido.
Me siento en la gloria cuando las veo.
Han sido la más grande bendición que el creador me ha regalado.
Sin haberme muerto, me han otorgado el cielo en este suelo.
Por eso sé que será imposible que encuentre en el más allá algo que me dé más felicidad que la que tengo en este más acá.
Dudo mucho que seré feliz en el plano superior de conciencia que sea, si en el mismo no encuentro a mis hijas y sus hijos.
Si estuviera próximo a morir, no estaría preocupado de dónde pueda ir, sino de que a donde quiera que vaya, también vayan mis hijas.
Mi paz con Dios la encuentro en el amor que tengo por mis hijas…