La democracia es el mejor sistema político para que sociedades instalen gobiernos con una determinada abstracción de desarrollo nacional como objetivo. El grado de institucionalidad, más allá de la propia democracia, es el factor predominante en la capacidad de un país para trascender en el más amplio concepto de libertades y progreso socioeconómico. La supuesta libre determinación de los pueblos, empero, ha permitido que la democracia sea también el hilo conductor hacia dictaduras que han revelado el reducido interés político y desnudado la consecuente debilitada influencia de la Casa Blanca en América Latina.
La extrema fragilidad institucional aplaca la presunción democrática de igual manera que la fortaleza económica estadounidense desperdicia bríos frente al crecimiento chino y su peso político pierde fuelle contra los nexos supraterritoriales rusos. Iluso sería presumir de una democracia como vía del desarrollo, exclusivamente como sistema vinculante y sin adecuada institucionalidad, y además valorar absolutamente a los Estados Unidos como el máximo protector y garante de la soberanía republicana en la región. Las evidencias se contraponen a una retórica estadounidense subordinada a resultados macroeconómicos en franco declive durante los últimos 40 años.
En conclusión, sin claros propósitos nacionales y objetivos institucionales será muy poco lo que el país pueda aportar para que nuestros indiscutibles vínculos con Washington pesen lo que estratégicamente desearíamos en la consecución de nuestros ideales.
Pero lamentablemente la deuda nos impide pensar y actuar soberanamente.
Triste realidad la corrupción campea en todos los ámbitos del estado
De acuerdo con el tema resaltado mi querido Gonzalo!!!!!!