22 noviembre, 2024

Dale la vuelta al ritmo 

Una época fantástica en la que lo que importaba era tener satisfecho al público, con buenos temas y mejores invitados en los programas y con música del momento para amenizar la realidad, que, por cierto, era mucho mejor que la de ahora. El peor panorama era tener pocos o no tener auspiciadores, y si acaso, llegó como un fuerte impacto el Sida, como para dar un sacudón a los heteros – promiscuos y a los homosexuales. El panorama político era llevadero, y los casos de corrupción, si salían a la luz, eran combatidos. Cierta estabilidad social en el presente, prometía un futuro con expectativas y cada quien andaba hurgando entre proyectos, a ver que salía como un golpe de suerte para mejorar la vida, el estatus. 

Mi programa se llamaba y aún se llama, aunque ya no está en el aire, sigue vivo en mí, “Salud Tropical”. Nombre que ahora me suena tremendamente espantoso, pero entonces, seguramente me pareció preciso y perfecto. Empezó a transmitirse dos veces por semana en radio El Telégrafo-La Prensa, martes y jueves de 9 a 11 am. En poco tiempo pasó a transmitirse de lunes a viernes con reprise de los mejores momentos los sábados y domingos. Conté con mucho apoyo, empezando por el gerente de la radio, Henry Raad, quien confió en el proyecto desde que fue planteado. Con la colaboración y enseñanzas diarias de don Hugo Miranda, director de la radio. Seguro le di más de un dolor de cabeza, pero era evidente su aprecio por lo que hacía en mi trabajo. Yo era una joven doctora en medicina, casada y mamá de dos niños, Lidia y Victorino Antonio. De radio no sabia mayor cosa; había trabajado años atrás en un periódico llamado “La Tercera de Meridiano”, cubriendo noticias deportivas, y fue mi jefe el icónico Carlos Víctor Morales, quien también me enseñó algunos trucos periodísticos importantes. Pero bueno, sangre de papá Marco Arteaga y mamá Nancy García, periodistas los dos,  corría por mis venas.

Mi afán con el programa “Salud Tropical” era abrir un espacio para la medicina preventiva desde diferentes perspectivas, dando cabida a todos quienes quisieran participar en él. 

Desde el inicio tuve la agenda llena; invitados de toda índole, llamadas y participación del público; concursos, premios donados por los auspiciadores, etc. Y siempre música de por medio, separando los segmentos o entre un invitado y otro. Había relevantes noticias médicas y científicas que llegaban desde las agencias de prensa extranjeras, que, en ese entonces, eran bastante fiables. Ahora, hay que leer varias veces, para ver si el asunto es cierto o se debe a algún interés económico o político, que a la postre es casi lo mismo. 

Había gente fabulosa en la radio, Marlon, Sally, Geovanny “el chico BOOM”,  quien era mi asistente, Lester, Miller; estaban los de radio La Prensa, que eran un papá y un hijo, Jorge o Pepe,  nombres que se me escapan ahora. Radio El Telégrafo pertenecía a la misma empresa de la familia Antón. Logísticamente, las emisoras, estaban ubicadas una al lado de la otra y funcionaban,  armónicamente, como una familia radial. El noticiero estaba a cargo de don Hugo; tenía un programa deportivo Ricardo Icaza, Chuchu tenía un programa romántico y así, algunos más. Eran emisoras que gozaban de prestigio y credibilidad. Si algún nombre se escapa de mi recuerdo, lo lamento de verdad. Olvidaba un detalle, importante. Al principio, principio me ofrecieron comenzar con el programa los fines de semana, sábado y domingo. Acepté. Y luego pasamos a entre semana y todo lo que ya conté. 

Para corregir errores y mejorar la producción, la dirección de la radio gestionó acertadamente que los directores de programas hagamos una especialización de producción radial, lo que estuvo a cargo de radio Francia Internacional. 

Así que viajamos a la ciudad de Quito, a donde los franceses llegaron y se esmeraron en enseñarnos las mejores técnicas. En unos años en que se usaban los carretes de cintas y había que estar atentos al momento preciso para poder hacer los cortes (con tijeras magnéticas especiales) para editar. Todo eso aprendimos, mis compañeros y yo, además de pasar unos días estupendos en la capital del Ecuador. 

Mi programa gozaba de buena audiencia, y uno de los más devotos oyentes era mi compadre, Fabricio Cornejo, quien ponía el programa cuando estaba camino a su trabajo. Hoy queda todo como un recuerdo, una anécdota de la vida, el Covid y eso es todo. Fabricio ya no está aquí, dese hace dos horribles años. 

Al programa iban desde los médicos de Redima, de la Curia, hasta los de las fundaciones para el SIDA. Una vez llegó de Argentina un dirigente de un grupo gay, era un tremendo tipo, full musculoso, era algo raro escucharlo, hablar de una manera femenina con un cuerpo tan varonil; pero así pasaba entonces, poco a poco ya las cosas han cambiado y vemos que de todo puede suceder. Él tenía sus propuestas y su lucha, que sabemos, ha ganado espacio y derechos. Al fin de cuentas, diré, tenía personalidad y muy claras sus ideas. También llegaron los Hare Krishna con sus mensajes de comida saludable y vida sana. De ellos aprendí que hay dos horas al día cuando la gente se suele poner algo agresiva, las 11 de la mañana y las 5 de la tarde, por lo tanto, a esas horas es mejor no entrar en disputas. Tambien ahí, y gracias a Moseñor Francisco Larrea, Vicario de Durán, conocí la obra de las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta en Guayaquil.

Y así, llamaba tanta gente; otros iban a visitar, llevaban regalos, pintaban cuadros, tengo una obra de arte de Los Beatles, que me obsequió un oyente.  Ponía mucho las cancioes de los Beatles, durante el programa, hasta las analizaba. 

A veces, uno de mis hijos iba conmigo, más frecuentemente Victorino, era un chiquito gordito y precioso, usaba una gorra de béisbol al revés, en su cabeza, y se ganaba el cariño de todos, solo le bastaba sonreír, tenía y aún conserva una sonrisa encantadora. Lidia, más era de llamar como una  del público, para solicitar canciones o hacer preguntas. Muchos colegas, ahora bastante reconocidos, pasaron por Salud Tropical, algunos fueron siempre gratos con el espacio que les brindamos, otros, se dejaron atrapar por lo que se dice “humos subidos”, ya que algunos canales escuchaban el programa y para variar, “tomaban” temas e invitados. Mucha falta de iniciativa y creatividad, y me parece que eso aún continúa. Mientras estuve en la radio, también empecé con mis escritos en el periódico, mi suplemento “Salud y Medicina”, y, gracias a la gestión de una colega de la radio, terminé en la televisión. Pero esa es otra historia. 

Está de la radio, se ha venido a mi memoria, al recordar esos primeros programas, los del sábado y domingo, a veces no lograba llegar puntual y en radio, un minuto es un siglo, pero había quien me cubría esos instantes, poniendo la canción de Gloria Estefan Turn The Beat Around… Ya que para que las cosas funcionen a veces solo hay que darle la vuelta al ritmo, y en lugar de molestarse por la ausencia, o fastidiarse por el momento perdido, se puede usar el buen humor, el carisma y la alegría. El ritmo lleva toda la acción. Espero que al lugar a donde parten las personas que se van, y casi siempre de una manera inesperada, ahí esté Medardo Barrionuevo, dándole la vuelta a la historia. Siempre estaré agradecida, por el apoyo a cada innovación en mi programa, por cubrir los minutos en que llegué tarde, por responder con ánimo a los oyentes… una pérdida muy triste en una época horrible, que espero podamos superarla, la pérdida y la época. En esos años había sueños, proyectos, y lo más tecnificado que llegó fue la computadora que combinaba la música en La Prensa, y obvio dejó sin trabajo al sonidista. Pero así es el progreso, según dijeron esa vez. Y así es la vida, es lo que me dijeron ahora, cuando expresé mi estado de shock ante esta muerte inesperada: Memento mori («Recuerda que morirás»), respondió mi hijo, con acierto. 

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