Existen buenos y malos maestros. Y para ser calificados como tales se debe tomar en cuenta el domino de la asignatura, el estilo de enseñanza, la comunicación con los estudiantes, la exigencia y los valores que se poseen. Pero sin duda, lo más importante es que el docente sea capaz de entregar a las generaciones a su cargo, la ciencia, la cultura y las certezas que la civilización ha ido recopilando con el paso del tiempo, con el ánimo de “ayudar a los alumnos a comprenderse a sí mismos, a entender el mundo que les rodea y a encontrar su propio lugar” y así, hacer que cosas buenas sucedan en la historia que les ha correspondido vivir (Tenti Fanfani, 2006). Se trata, en pocas palabras, de enseñar humanidad.
Pero también hay malos maestros que no hacen su oficio, lo hacen mal o descaradamente persisten en la intención de enseñar falacias, en lugar de ciencia; barbarie, en lugar de cultura; miedo, en lugar de certezas. Y así, pretender que sus discípulos resbalen por el precipicio de la dependencia, de la desesperanza y la violencia. Son, en pocas palabras, pedagogos de la opresión, educadores del mal.
Y es que en las aulas no solo se aprenden los nombres de ríos, fechas históricas, operaciones matemáticas, procedimientos para buscar información o las formas de hacer reciclaje para aplicarlas en casa. Existen otros aprendizajes que surgen fuera de la escuela, que los niños y jóvenes van de a poco captando, y en muchos casos, sirven para reforzar lo que se enseña en clase. Aspectos muy sencillos, como la diferenciación entre un hombre y una mujer, los buenos modales, el ejercicio de autoridad, el afecto, la responsabilidad, entre otros, vienen dados desde el hogar. Y, también otros elementos más complejos que son enseñados también desde el entorno social en el que los estudiantes se desenvuelven. Es lo que en pedagogía se suele llamar “currículo oculto”, no solamente para designar la intencionalidad implícita de la organización de los saberes dentro de la escuela, sino también para jerarquizar lo que la sociedad valora, resalta, considera valioso y debe ser enseñado a los escolares (Cfr. Fernández Palomares, 2003).
Si extrapolamos este concepto más allá de las fronteras de las ciencias de la educación, se puede apreciar que los integrantes más representativos de una sociedad o de un país tienen la capacidad y la enorme responsabilidad también de educar. En este sentido, líderes, artistas, comunicadores, deportistas y el mismo Estado se convierten en educadores.
Pero, ¿qué sucede si los buenos maestros enseñan sobre la honestidad y, en cambio, por otro lado, se muestra la astucia dos ex Contralores del Estado, uno detenido en USA puede pagar millones de dólares para salir bajo fianza y el otro, tan astuto que dilata el proceso judicial introduciendo todo tipo de artimañas de sus “defensores” para pasar de la cárcel a su casa?
¿Cómo enseña el buen maestro el respeto a las leyes, si aparece un juez que da lección de cómo se libera súbitamente a delincuentes sentenciados por delitos atroces o por malversación de fondos públicos? ¿Qué explicación puede ofrecer un buen maestro cuando se encarcela al policía y se libera al malhechor?
¿Cómo hace un buen educador para explicar a sus estudiantes sobre la importancia del esfuerzo y el sacrificio para alcanzar objetivos nobles, si aparecen hábiles timadores enseñando mil maneras de obtener dinero fácil, visitando dependencias militares y, luego fugando en las narices de las autoridades?
¿Cuál deberá ser la actitud del buen maestro que busca formar en valores a los niños y jóvenes y trata de responder a la confianza depositada en ellos por sus familias, si autoridades gubernamentales que pretenden apropiarse del derecho que tienen los padres a criar a sus hijos y buscar una educación acorde a sus principios?
¿Qué puede hacer un buen docente con la híper regulación que adolece la educación del país, que lo limita, y en muchos casos, amenaza y resta autoridad; en cambio, las bandas organizadas tienen la vía libre para reclutar jóvenes, imponer sus códigos de vestimenta, uso de accesorios, tatuajes, vocabulario, etc., para luego graduarlos de sicarios?
Ante decepcionante escenario, pareciera que los malos maestros van ganando terreno. Aparentemente, las fuerzas sociales más extremistas y violentas, los grupos políticos más mezquinos y los sectores económicos más abusivos dictan cátedra todos los días, de manera oculta, silenciosa y eficaz. Para contrarrestar esta embestida se hace urgente un “pacto educativo”, como lo promueve el papa Francisco, entre instituciones, familias y personas. Por eso y seguramente por muchas razones más, seamos valientes, no dejemos que los malos maestros nos arrebaten el tesoro de la Patria. Seamos de esos buenos maestros más humanos que forman humanos, que enseñan incansablemente comportamientos éticos con el ejemplo, que educan para libertad y no para la servidumbre. Todo esto posible, porque los buenos maestros somos más y vamos a ganar.
Trabajos citados:
Fernández Palomares, F. (2003). Sociología de la Educación. Madrid: Pearson Educación.
Tenti Fanfani, E. (2006). El Oficio de Docente. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.
Excelente, reflexión, pero que lastima que deds el presidente miente. No valora al maestro y cuando se quiere servir al más abandonado y vulnerable nos limitan.
Excelente planteamiento , muy bien argumentado y ciertamente una gran realidad que impregna las aulas de muchas instituciones educativas, de las cuales no escapan las venezolanas.
Comparto tu opinión y estoy segura de ser una de los buenos como tu.