En estos últimos años “casi” todo lo relacionado con las cárceles del país ha ocupado tristemente los titulares de los medios de comunicación. La información que nos llega, muy a menudo, nos satura con incidentes violentos y hace que nuestra imaginación sea invadida por escenas de drogas, armas y los intentos fallidos de la fuerza pública por controlar los amotinamientos que brotan en casi todas las cárceles del Ecuador. La cobertura es tan intensa que muchas de esas imágenes y audios llegan a nuestros celulares de forma casi inmediata, alentados por el morbo que genera la violencia. Y así fácilmente, quizá sin darnos cuenta, nos convertimos en consumidores y expendedores del miedo, el abuso, el odio y la muerte. Muchos hemos llegado últimamente a concluir, con dolor, que la muerte es más noticia que la vida.
Por eso hoy les quiero compartir una de las pocas buenas noticias relacionada con los centros de privación de libertad. Y es que, hace pocos días se inauguró el año escolar 2022-23 en el centro de rehabilitación social regional del Guayas. Cerca de 300 estudiantes catalogados de “máxima seguridad” dieron inicio o continuaron sus estudios en alfabetización, post alfabetización y bachillerato.
Ellos son parte de los casi mil estudiantes privados de libertad que solamente en Guayaquil atiende la Unidad Educativa Fiscomisional Don Bosco para personas con escolaridad inconclusa, y que junto a otras 20 Unidades Educativas de la red Mons. Leonidas Proaño ofrecen este servicio a nivel nacional. Fue una buena noticia porque esta vez, no corrió la sangre en un recinto penitenciario, sino más bien, corrieron las ganas de enseñar de los educadores y las ganas estudiar de los estudiantes privados de libertad.
En dicho evento tuve la oportunidad de dirigir un mensaje a los personeros del SNAI, al equipo docente pero particularmente a los estudiantes, que podría condensarse en una reflexión sobre tres verbos: Resistir, Aprender y Perdonar. Y que me atrevo a compartir con cada uno de ustedes.
Resistir
Resistir implica dos cosas. Por una parte, tolerar el sufrimiento y, por otra, enfrentar con fortaleza la adversidad. Y es que, en las cárceles hay que resistir todos los días: se resiste a no caer en el consumo de drogas, a la necesidad de robar y ser lo suficientemente astuto para no dejarse quitar por otro hasta lo más elemental, se resiste a no convertirse en agresor o abusar sobre el más débil.
Por eso, que este nuevo curso escolar sea para nuestros estudiantes privados de libertad un llamado a resistir no solo a las fuerzas de las bandas que operan en los centros penitenciarios, sino también al abuso de los malos servidores policiales y de algunos funcionarios del Estado. A quienes estudian en prisión, sea este mensaje una exhortación a resistir -a tolerar el sufrimiento y enfrentar con fortaleza la adversidad- a pesar de haber caído, aun sabiendo que se volverá a caer, a resistir incluso cuando se haya perdido la fe y se piense que se ha arruinado todo, el hogar, la familia y hasta la propia dignidad.
Aprender
Los docentes sabemos muy bien que aprender es una actividad que requiere condiciones internas como la salud, la motivación, la autodisciplina y la alegría. Y condiciones externas como un ambiente adecuado, una buena comunicación y materiales idóneos para el aprendizaje. Para lo primero, dependerá de cada uno persuadirse que por la educación se alcanza la libertad. Convencerse que cuando uno aprende, lee y se cultiva puede traspasar los muros de cualquier prisión, avanzar en el conocimiento y llegar lejos. Y para lo segundo, hace falta que el Estado haga el gasto, las veces que sean necesarias en pupitres -no hay suficientes-, en mejorar las aulas y que no parezcan a jaulas, en otorgar mayores cupos de docentes cualificados para esta misión, en aumentar el número de matriculados, en diseñar materiales de aprendizaje contextualizados a la realidad de los estudiantes, en proveer útiles escolares, entre otras cosas. Algún lector -y con razón- objetará que este tipo de políticas es premiar a quienes delinquen. Que más bien habría que quitarles todo tipo de ayuda, porque muchos de ellos nos despojaron violentamente algún bien preciado para nosotros, algunos de ellos hasta quitaron la vida de personas inocentes. Sé que en parte tienen razón, pero estoy convencido que no hay mayor crimen que el condenar a nuestro pueblo a la ignorancia. Y ellos, querámoslo o no, son parte la sociedad, de ese pueblo que quizá represente a lo peor de nosotros mismos.
Estaría inconcluso este mensaje sin referirme a los docentes que van dos o tres veces por semana a dar clase en las cárceles. Ellos son los más valiosos educadores. Porque, en medio de una crisis carcelaria sin precedentes, ponen en riesgo su integridad, contribuyen muchas veces de su bolsillo para regalar fotocopias, un lápiz o un cuaderno. Porque se llenan de paciencia y repiten lo que haga falta para que el adulto mayor, el que tiene discapacidad, el que está enfermo, el adicto, el extranjero… entienda, aprenda y aplique lo aprendido. Compañeros docentes: no se sientan educadores de segunda categoría, no sientan este trabajo como un “castigo”, muy por el contrario, son ustedes de gran valía, porque educar a los más vulnerables y en precarias condiciones solo lo hacen grandes maestras y maestros.
Perdonar
Finalmente, hay que aspirar a una de las formas más elevadas y difíciles de amar, que es el perdón. Reconciliarse primero con uno mismo. A veces, quien está privado de libertad no se ha perdonado y, por consiguiente, él mismo se condena. Y se condena a muerte. Quizá por eso arrebatar la vida de otra persona en la prisión resulta tan fácil, porque se ha perdido el sentido de la vida y muchos de ellos se ven a sí mismos como muertos que solo reparten muerte.
Por otro lado, perdonarse y perdonar es un imperativo ético para la reconciliación social. Confieso que no soy el más indicado para hablar del perdón y poseo más dudas que certezas en este tema: ¿Es posible? ¿No será́ mostrar demasiada magnanimidad o debilidad hacia el victimario? ¿Dónde quedan los derechos de las víctimas? ¿Hemos aprendido a perdonar como sociedad? ¿Seremos capaces de hacerlo?
San Pablo, que estuvo preso al menos en dos ocasiones, podría darnos un poco de luz al respecto: “Todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación” (2 Co 5, 18-19).
¡Bienvenidos estudiantes y docentes al año escolar 2022-23 en los centros de rehabilitación social! Embarquémonos y volvamos a soltar las amarras en este viaje de resistir, aprender y perdonar.
Digna y loable valor. Dios se manifiesta con sus hijos sin distinción.
Excelente labor hermano.
Un orgullo para nosotros los exalumnos lasallanos saber que hay personas de su talla, un ex rector de nuestro querido San José La Salle, buscando el bien ajeno sin dejar en el abandono a quienes por alguna desgracia están donde están. Gracias por esa demostración de amor al próximo.
excelente artículo Hno Orellana, respecto a la actividad que realizan con un grupo de maestros en la penitenciaria, digna de ser compartida, reconocida y en algunos casos emulado por personas que tengan esa vocación de servicio. Dios siga bendiciendo esa actividad.