La paz se la valora solo cuando se ausenta. Normalmente es representada por el vuelo de una paloma. Noé, después del diluvio, cuando la tierra se secó, también utilizó el vuelo de una paloma para constatar que el enojo de Dios había terminado, que volvían tiempos de normalidad. Cuando el Mesías iniciaba su misión, lo primero que hizo fue acudir a su primo Juan para que lo bautice; una voz resonó y la paloma, símbolo del Espíritu Santo, marcó el acto con su divina presencia.
Jesús, antes de volver al Padre, anunció la venida del Espíritu Santo que ocurrió en Pentecostés, estando los apóstoles reunidos. Hablaban solo su lengua, pero las personas de todos los rincones del imperio que los escuchaban, los oían en las suyas propias, entendían; más de tres mil personas se convirtieron, comenzaron a difundir la nueva religión, fue un milagro.
El 30 de junio los obispos mediadores se reunieron con autoridades y con líderes del paro nacional. Por acción del Espíritu Santo se abrió el entendimiento de manifestantes que por dieciocho días se habían negado a todo razonamiento y querían imponer su voluntad. Con justa alegría expresamos felicidad por la terminación de un paro que no tuvo la justificación ni aceptación general. El Gobierno no tuvo otra opción que ceder aunque mínimamente, pero había que lograr la paz. Faltó que luego de la firma del acta, alguien facilite una paloma para que monseñor Luis Cabrera la soltara al viento como un símbolo de la paz recuperada. La Iglesia católica volvió a constituirse en la promotora de la paz. Los protagonistas de la firma de la paz deben demostrar que son merecedores de ella. (O)