“El periodismo es grande. Cada periodista ¿no es un regulador del mundo, si lo persuade?”. – Thomas Carlyle –
La prensa es uno de los contrapesos más efectivos para controlar el poder del Estado. Sin embargo, está perdiendo este poder, esta cualidad importante, debido a la falta de confianza en ella por parte del público en cuanto a lo que ésta transmite.
Hay periodismo objetivo y de opinión, pero lo que no debe haber, no puede existir, es el tipo de periodismo que se confunde con un tribunal penal.
El daño a la reputación de una persona que produce un periodista juzgador es reprochable. El buen nombre construido por décadas no puede ser manchado por nadie si no tiene todas las pruebas necesarias y la capacidad y experiencia para poder juzgar algún acto que la persona haya cometido.
Hay periodistas que descalifican e incluso juzgan a personas de interés. Eso es despreciable y le da una pésima reputación a esos periodistas. Ya existe otro poder del Estado que es la Justicia que debe encargarse de juzgar los actos de las personas.
La tarea noble y en ocasiones arriesgada del periodista debe ser: dar información, educar y ayudar a sus seguidores a encontrar la Verdad. Pero si en lugar de cumplir con su papel, el periodista se convierte en un verdugo, en un lobo del hombre, existe el riesgo gravísimo de que la prensa en general pierda peso y poder, y que se vea seriamente amenazada y afectada por los otros poderes del Estado.
Muchas veces sucede esto porque se le sube demasiado el ego a los periodistas por la fama o el poder que tienen. En otras ocasiones es para tener mayor seguidores. Pero deben aprender a controlar estos vicios para no convertirse en lo que critican.
Desde el 5 de enero de 1792, arrancó la prensa en lo que ahora es Ecuador con el periodico fundado por Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo llamado: “Primicias de la Cultura de Quito”. Permitamos que continúe la prensa libre.
Celebremos a los periodistas responsables cada 5 de enero como consagró a ese día el Congreso Nacional hace 20 años, en 1992.
Defendámoslos de los ataques de los otros poderes del Estado, pero así mismo critiquemos sus vicios cuando dañan la reputación de las personas.