21 noviembre, 2024

La gallinita ciega

El célebre historiador Neneto Avenzar a cargo de elaborar la biografía de Guillermo Lasso, cuyo borrador me fue confiado, ha encontrado interesantes acontecimientos ocurridos durante su niñez que al parecer lo han marcado y acompañado hasta la fecha, lo que explica de manera indubitable la razón por la que en su cargo actual este haciendo deposiciones fuera del instrumento.

Señala el ilustre tratadista, qué en su infancia, concretamente entre los 3 y  7 años de edad, el entonces niño Lasso con tenacidad y empeño solicitaba en las fiestas infantiles le permitan jugar a la Gallinita Ciega.

Como recordarán, este juego consistía en atrapar con los ojos vendados, a alguno de los participantes y adivinar quién es.

La «gallinita» debía dar tres vueltas sobre sí misma antes de empezar a buscar, para que no sepa dónde está.

También se relata, que le gustaba jugar a la piñata, que consistía en vendarse los ojos y turnarse para darle con un palo hasta que la piñata se rompa y caigan los caramelos.
Se vendaban los ojos de los niños antes de que pasen a golpear la piñata, obligándolos a girar treinta y tres veces sobre su propio eje con la finalidad de que pierdan la orientación y el equilibrio, lo que en este caso ocurría apenas en la segunda vuelta.

El niño en cuestión jamás le pudo dar a la piñata.

También estaba de moda el rabo del burro, se debía con los ojos vendados, ponerle el rabo a un dibujo de burro que previamente se había pegado a la pared.

Cuando jugaba nuestro héroe el rabo del burro terminaba en el pastel de cumpleaños.

Ahora comprenderá usted la razón por la que no pega una, no encuentra lo que busca y pone en otros lados las cosas, cuando se trata de la seguridad de los ciudadanos.

La solución no será fácil y no pasa por conversar con los presos, dialogar con los narcos, ofrecer derechos humanos a los victimarios, realizar mesas de dialogo con terroristas incendiarios, ni llamar por teléfono a un sentenciado prófugo.

En seguridad, está dando palos de ciego. 

El origen de esta expresión se remonta a una cruel diversión en España, que consistía en encerrar varios cerdos en una plaza sin salida y armar con palos a unos ciegos que debían golpear hasta abatir al animal para llevárselo como premio.

Podemos imaginar lo desagradable de este macabro juego, pues el golpe daba a veces en la humanidad de los compañeros. Ganar el chancho era tan difícil como que un ciego se enamore a primera vista.

Si bien Guillermo está dando palos de ciego, no se le debe atribuir las muertes que ocurren a diario, los culpables son los asesinos, el narco partido político que lo aúpa y aquellos que con el título de jueces y fiscales siguen dispensando impunidad a cambio de dinero.

El problema es no tener justicia, no tanto tener a Lasso.



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