Guirnaldas y luces, compromisos y regalos, agitación y bullicio, comida y licor, comprar y vender, décimo tercer sueldo y bonificaciones, ahorrar para gastar,… ¿Es ésto la Navidad? ¿A tan poca cosa se reduce? ¿Se limita a lo perecedero y efímero? ¿Se restringe a lo fugaz y transitorio? Todos sabemos que eso no es la esencia de la Navidad. Sin embargo, el mensaje navideño que con tanta fuerza la publicidad proyecta, nos empuja a desear lo temporal, perdiendo el norte de lo que en realidad la Navidad es. Nos envuelve lo transitorio y nos alucina lo material, haciéndonos olvidar de lo principal: lo espiritual.
La Navidad es una fiesta religiosa. Es una celebración que nos invita a regocijarnos con el recuerdo del natalicio de Dios hecho hombre.
Ahora bien, dado que se trata de una festividad en la que rememoramos el nacimiento del Niño, por extensión, agasajamos a los niños de nuestro entorno y procuramos alegrarlos con obsequios. Esta costumbre es plausible, como lo es la reunión en casa, la cena, las manifestaciones de unión familiar y la sana alegría. Siempre y cuando tengamos presente en nuestro corazón al Protagonista de la fiesta; o dicho en términos populares, tengamos presente en nuestro corazón al «cumpleañero». Resultaría ilógico, por decir lo menos, festejar la Navidad sin la presencia del Homenajeado, Jesús.
Esta celebración nos llena de regocijo al recordarnos que «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros», iniciando así Jesús su vida terrena que culminará con su muerte y resurrección, dando a todos los hombres la posibilidad de ser salvos eternamente. ¡Cómo no sentirnos gozosos con este anuncio! ¡Felicidad Eterna!
La Navidad es alegría. Alegría por el nacimiento de Jesús. Alegría que compartimos con la Madre que «guardaba todo esto y lo meditaba en su corazón».
La Navidad es alegría. Alegría de compartir con los que menos tienen. «Da a todo el que te pida».
La Navidad es alegría. Alegría al sentir nuestra filiación divina. «…a todos los que le recibieron, dióles potestad de ser hechos hijos de Dios».
La Navidad es alegría. Alegría de conocer cuánto nos ama el Padre, «porque de tal manera amó Dios al mundo, que le ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna «.
Estas reflexiones son para nosotros y para transmitirlas una y otra vez a nuestros niños y jóvenes, para que aprendan a ubicar en su verdadero sentido la Navidad cristiana.
Les deseo una feliz Navidad a todos los suscriptores de Desde mi Trinchera.