23 noviembre, 2024

Hay vidas bendecidas…

Son aquellas que describen un círculo perfecto de felicidad.
En su centro confluyen los más hermosos sentimientos.
Son uniones que se llenan de expresiones permanentes del amor.
Se nutren de las bendiciones otorgadas por el creador.
Desde que puedo recordar; mi existencia fue maravillosa.
Haciendo memoria en mis memorias; solo tengo buenos recuerdos que rememorar.
Crecí en una familia colmada de cariño.
En mi casa los sentimientos se respiraban; transpiraban.
Mis padres me amaron con la profunda intensidad de su querer.
Forjaron mí amor con la fragua de su amor.
Me protegieron bajo el manto de su devoción.
Me dieron mucho más querencia de la que podía recibir.
Fui cuidado con tanta dulzura; tanta ternura…
Desde que tuve conciencia fui amado plenamente.
Me enseñaron a querer como se debe querer.
Su amor generó la fortaleza de mi amor.
Soy el agregado de un total.
Ahora tengo mi propia descendencia.
Es mucho más hermosa que la de mis padres.
Es tan maravillosa para mí como para todos los que la componen.
Nos sabemos amados por el amor de los demás.
Los nuevos hijos son tan queridos como los nacidos ahí.
Si hoy tuviera que morir; solo podría sonreír.
Soy más dichoso de lo que merecí.
Mi familia es un perfecto círculo de amor.
En la pasión por los que adoro es donde conmemoro mis ansias por vivir…

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Juan Bautista Aguirre fue un Sacerdote Jesuita, nacido en Daule, Guayas, Ecuador en 1725. Hijo del Capitán de milicias Carlos Aguirre Ponce de Solís y de Teresa Carbo Cerezo, ambos guayaquileños. Estudió y vivió 30 años en Quito. Ingresó a la Compañía de Jesús en 1758. Insigne poeta, orador y Profesor en la Universidad de San Gregorio Magno en Quito. En 1767 salió del Ecuador hacia Faenza, lugar de confinamiento para los Jesuitas quiteños, cuando fueron expulsados de Hispanoamérica y murió en Tívoli, Italia en 1786. Fue famoso en su época por su oratoria y su erudición.

Extinguida la Orden de los Jesuitas por la bula Dominus ac Redemptor de Clemente XIV (1773), Aguirre anduvo por varios lugares de Italia, hasta que fijó en Roma su residencia, bajo el pontificado de Pío VI, donde “los eminentísimos cardenales le buscaban como a teólogo y muchos de éstos se servían de su opinión en las congregaciones del Santo Oficio y de Propaganda Fide: de suerte que para satisfacer a la solicitud de todos, jamás salía de su casa por la mañana.”

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