21 noviembre, 2024

La privatización de un cuarto de hora

La sabiduría convencional no se amilana al señalar la falta de asepsia gubernamental en el manejo de los recursos nacionales. ¿Habrá llegado el momento de privatizar las empresas estatales en procura de mejores réditos? Factible no sería sin una valorización de activos y solo Naciones Unidas podría avalar un proceso ante un Estado incompetente para liderarla junto a grandes firmas auditoras. Entiéndase que ninguna propiedad sería vendida, se licitaría apenas la administración de los activos, y el Estado tampoco dispondría a quién arrendaría o su valor.

Inextinguibles premisas racionales: 1. El Estado es un mal administrador; 2. Lo que es de todos no es de nadie; 3. El individuo busca ser propietario de algo. Corolarios: a. Los precarizadores sociales manipulan las masas en rechazo a las privatizaciones aunque la propiedad sea privativa de la condición humana; b. Si el Estado es un mal gestor, ¿por qué los gobiernos claman por controlar las estatales? Seguro no es por soberanía; c. Las auditoras han declinado interés profesional alguno por intervenir debido al significativo nivel de corrupción estatal.

La privatización resuelve, pero panacea no es. ¿Cómo enfrentar la potencial malversación de las rentas privatizadas? La institucionalidad frenaría la corrupción, pero establecerla requeriría decisión política entre actores, por ahora, carentes de probidad. En el argot popular, la gente aprende cuando es ya demasiado tarde, y aún así … parecería que nuestra curva de aprendizaje expresamente se renovara ad infinitum.

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Pope Benedict XVI

Benedicto XVI, sin estimarlo, ni ser ese su objetivo, ha dado una lección de dignidad que
muchos cristianos de estos lares de la tierra necesitan emular.

Envestido de esa honestidad y humildad que solamente es característica de los verdaderos
grandes, nos ha recordado que no existe jerarquía ni embestidura institucional en esta
tierra que ponga a un ser humano más allá de sus capacidades físicas terrenales.

Su superioridad intelectual, su espiritualidad intachable, y su calidad de gran ser humano,
le ha permitido a Joseph Ratzinger encontrarse con su mortalidad…que le ha abierto
las puertas, con los más grandes honores, a la cima de la inmortalidad. A la que son
solamente invitados unos pocos ídolos terrenales.

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