II PARTE
Hay silencios que los aceptamos voluntariamente porque son necesarios, forman parte de la actividad humana, ejemplo, en un sanatorio, en un templo de oraciones, aún más en nuestras residencias en la hora del descaso, la exposición a ruidos fuertes origina depresión, enfermedades cardíacas sin considerar otras molestias hacia la salud. Al contrario, vivirlo ayuda a la creatividad, mejora la concentración individual y colectiva.
Cuando tenemos un secreto surgido de confidencialidad por la amistad, la necesidad nos obliga a mantenerlo entre nuestros muros infranqueables para los demás, justamente, estamos practicando y viviendo en silencio. También están el secreto profesional, secreto de confesión ejercido, especialmente, por los religiosos, muchas veces en momentos de despedir a ese ser llamado a cumplir, irremediablemente, los designios del Destino y cruzar la vereda de la vida viajando al mundo insoldable del Más Allá.
Otro aspecto que motiva el silencio es cuando se trata del esfuerzo humano por asegurar la seguridad, estabilidad del grupo o sociedad frente a abatimientos jurídicos, militares o, simplemente, tratar de cimentar la paz social cuyo fin es la buena marcha de un Estado, de un organismo.
De los descritos considero el silencio más temible el originado desde el terror, miedo, pánico, conllevando implícitamente la inmovilización a la persona por la amenaza de muerte, extorción, violación y, en general, toda clase de atropellos dirigido sea a su persona o a sus allegados. A lo largo de la Historia de la Humanidad ha existido tantos casos dejando huellas imborrables como demostración que el espíritu humano no es capaz de superarlo sino dando demostración de ser parte inmanente de su existir: el atropello, la fuerza coercitiva, es decir, sin Dios ni Ley fruto del más despiadado abuso de excesos sin límites de racionalidad.
En nuestra época actual hemos tenido casos terroríficos como la persecución nazi hacia la comunidad judía, los crímenes horrendos de la llamada “mafia italiana” que cubrió de sangre a dicho país, especialmente, en las décadas del 80-90 del siglo XX donde se había sectorizado o segmentado la forma de ubicarlos, relatados por el autor antes citado, Gonzalo Llamedo P.:
“el código de omertà de la Mafia, la omertà homosexual relacionada con la homofobia y el mutismo de los inmigrantes irregulares ante el rechazo popular. Tres silencios muy vivos, que permanecen encallados en una sociedad que hoy venera la palabra”.
Sin embargo, hay uno que lo considero no solo atrayente sino que demuestra a la persona que lo posee y practica como ser excepcional, conocerse así mismo sin dejar de aparecer conflictivo porque siendo amante de la paz, conocedor de leyes, del momento histórico que vive, con el ánimo de no ser ni portador de malas nuevas ni partidario de ilusiones falsas o visiones grises, de realidades muy alejadas de momentos culminantes que viven los pueblos, opta por solo exteriorizar “silencio” a pesar de que sus otros dirigentes pretenden alcanzar y soñar con anhelos de transformación cuyas bases, precisamente, por “soñar” no alcanzan piso firme al haber dejado de lado muchas consideraciones que, aparentemente, no tendrían importancia.
“Cada vez que hablamos y cada vez que nos negamos a hablar nos vemos implicados en un acto de poder”, a decir de José Luis Ramírez, 1992, en “El significado del silencio y el silencio del significado”, dándonos a entender que expresamos no solo la voluntad de manifestarnos hacia los demás silenciosamente, sino y es lo importante, la personalidad de ese individuo por sí y ante sí ejerce dicho poder dándole valor al ejercicio del silencio hacia a terceros, (pág.2).
Concretando el razonamiento de lo que significa el silencio como expresión generalizada de “no hablar, convirtiéndolo en lenguaje comunicacional hacia terceros”, prescindiendo de la palabra, se lo eleva a una conversación personalísima que nadie logra descifrar en la mayoría de los casos.
Nos embarcamos sin rumbo cierto y mediante elementos mínimos trataremos de hallar la definición o concepto, según sea el caso, de su significado mediante el pensamiento de algunos autores que han cavilado sobre su grandeza incomprensible o pequeñez, situación que nos ayudará mediante la lectura de fragmentos, facilitarnos cierta guía y poder establecer cualquiera de sus dos versiones, la primera como fija; la segunda, variable como concepto, así:
En lo religioso, extraemos fracciones del mensaje del papa emérito Benedicto XVI dirigido a la XLVI Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales: “Silencio y Palabra, camino de evangelización” (2012), a saber:
“En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir o lo que esperamos del otro; elegimos cómo expresarnos. Callando se permite hablar a la persona que tenemos delante, expresarse a sí misma; y a nosotros no permanecer aferrados sólo a nuestras palabras o ideas, sin una oportuna ponderación. Se abre así un espacio de escucha recíproca y se hace posible una relación humana más plena.
“En el silencio, por ejemplo, se acogen los momentos más auténticos de la comunicación entre los que se aman: la gestualidad, la expresión del rostro, el cuerpo como signos que manifiestan la persona.
“En el silencio hablan la alegría, las preocupaciones, el sufrimiento, que precisamente en él encuentran una forma de expresión particularmente intensa”, (págs.1-2)
En la siguiente entrega que corresponde a la III Parte se expondrá sobre la evolución del silencio en varios matices históricos.