Es una cloaca putrefacta donde la corrupción está presente en todos los niveles.
La inseguridad, los narcopolíticos y los nuevos antivalores sociales, están carcomiendo lo que aún queda de patria.
El Ecuador es el país más inseguro del mundo.
Si hablamos porcentualmente de la relación entre los crímenes cometidos, frente a la cantidad de habitantes que vivimos en esta tierra, estamos a merced de una mayoría de criminales que te pueden mandar a matar por ciento cuarenta dólares.
Nuestra fragilidad para defendernos es total.
El narcotráfico gobierna al país.
Los sicarios, asesinos, criminales, ladrones, vacunadores y el tráfico de drogas, hacen que estas inmundas gárgolas carroñeras tengan el control de nuestras vidas.
El lugar más seguro para que trabajen los jefes de la mafia, está en la misma cárcel.
Dentro de ella, después de comprar a la policía, son protegidos por ella.
Hace poco varios delincuentes asaltaron con armas de fuego a un restaurante.
A consecuencia de ello, un guardia de seguridad repelió el robo y disparó contra los asesinos
matando a uno de los criminales.
Imagínense el sabio criterio de la estupidez jurídica, que la policía se llevó preso al guardia, mientras que a los criminales los trasladaron a un hospital para que les curen sus heridas.
Estamos en un país de locos.
La misma policía es socia, cómplice y custodia de los narcotraficantes.
Los políticos son los grandes beneficiarios de este caos.
El narcotráfico controla todo.
Las funciones del estado están supeditadas a las órdenes de los narcotraficantes.
Todo ladrón que tiene plata sale libre y no se ha recuperado hasta hoy, un solo centavo de lo que se robaron.
Los grandes atracadores, esos que se han robado millones, salen libres por tecnicismos judiciales. Se burlan de los ecuatorianos frente al silencio cómplice de la permisividad de todos.
Vivimos en un desgobierno.
Nadie manda y todos hacen lo que les da la gana.
El ejecutivo está lleno de funcionarios que robaron en gobiernos anteriores, por lo que ya conocen el teje y maneje de las trampas y las coimas.
Cada día vemos como gran noticia que otro zapo que ahora es rico, sale de la cárcel y lo hace por el poder económico que tiene y con el que compró su libertad.
Así como vamos no será raro que dentro de poco bajo los semáforos de argentina o Chile, se encuentren ecuatorianos muertos de hambre, limpiando vidrios o pidiendo caridad, tal como los venezolanos lo hacen aquí.
La culpa de todo esto no es solo de los criminales y corruptos.
La culpa es de nuestra pobre capacidad cultural para saber a quién elegimos.
En esta elección se comprobó que había un centro de computación que otorgaba votos a ciertos partidos.
Los verdaderos culpables de esto somos todos y especialmente aquellos que callan por miedo o por conveniencia.
Tenemos un presidente que carece de los pantalones para poner en orden las cosas.
La tranquilidad del país tiene que venir de un líder que no tenga miedo, sea fuerte y enfrente a estos criminales en su propio terreno.
A Lasso no lo quiere nadie; todos lo odian.
Es como ser entrenador de un equipo de fútbol donde todos los jugadores odian al entrenador.
Todo es un sucio y despreciable juego político que se da por las perversas interpretaciones que los legisladores le dan a la constitución.
Nuevamente los indígenas quieren tomarse la ciudad de Quito.
No puede ser posible que la Casa de la cultura les facilite sus parqueaderos y les de sus salones para que los invasores se alojen en su interior.
Todos tendremos la culpa de lo que pase.
Algunos por ser los protagonistas del relajo, otros por defender sus míseros intereses económicos, y la mayoría por el miedo de enfrentar a quienes quieren destrozar a la república.