Por estos días hemos recordado el décimo año del pontificado del Papa Francisco. Supongo que para la mayoría ha sido la oportunidad de agradecer por el regalo que ha sido para la Iglesia Católica -y para el mundo entero- este papa venido del “fin del mundo” y que se ha lanzado a la aventura de presentar una Iglesia de puertas abiertas. Este camino no ha sido para él nada fácil. Muchas críticas le han surgido en estos años -algunas por parte de católicos muy respetables- que, quizá de algún modo, confirman el valor de las distintas miradas que hay en la Iglesia, muchas de ellas desde el centro y muy pocas desde las periferias.
En lo que respecta al tema educativo -que es de lo que mayormente me gusta escribir- desde septiembre del 2019, Francisco propuso al mundo la iniciativa de un Pacto Educativo Global (PEG) “para reavivar el compromiso por y con las jóvenes generaciones, renovando la pasión por una educación más abierta e incluyente, capaz de la escucha paciente, del diálogo constructivo y de la mutua comprensión” (Congregación para la Educación Católica, 2019).
Poco tiempo después, la pandemia y los fenómenos sociales derivados de ella pusieron en evidencia la gravedad de las falencias que como sociedad veníamos adoleciendo en todos los ámbitos de nuestra vida individual, familiar, con el cuidado del planeta y como sociedad. Y algo quedó roto.
Pareciera que algo se nos “rompió” en la familia: en las familias que sufren por los bajos ingresos, en las que han sido engañadas y divididas por ideologías que desprecian el valor del amor filial, la autoridad parental y el derecho a la vida.
Algo se ha roto en la cultura: en los referentes culturales -literatura, música, cine, teatro, etc.- cada vez adquieren mayor importancia los elementos que nos incomodan por su mal gusto, que chocan con la ética y -para los creyentes- contrarios a la fe.
Y también algo se ha roto en la escuela. En nuestro país, para muchos jóvenes el finalizar la educación secundaria es -con tristeza y vergüenza lo escribo- algo que no tiene valor ni sentido, por eso abandonan el sistema escolar y se unen a organizaciones criminales que nos controlan cada vez con mayor fuerza. En muchas localidades, ser educador es un riesgo, no solo por la judicialización de la enseñanza, sino por las amenazas, por la inseguridad dentro y fuera de los centros educativos. Hoy la escuela tiene serias dificultades para conectar con la familia.
En este escenario surge el Pacto Educativo Global, en la encrucijada de dos encíclicas del papa Francisco, hasta ahora las más importantes, Laudato si´(mayo 2015) y Fratelli tutti (octubre de 2020).
Y aunque se llame “pacto” no es ningún tipo de acuerdo político, ni una resolución jurídica o intelectual. Tampoco se trata de ponernos de acuerdo en seguir una estrategia común en la que nos “alineamos” a las buenas o las malas. En cambio, sí es un compromiso mundial para trabajar en alcanzar 7 objetivos, sin renunciar a las diferencias o los énfasis propios que pone cada uno de los actores que intervienen en este “pacto”.
Es EDUCATIVO y GLOBAL, sus objetivos no son explícitamente religiosos -aunque el Evangelio está implícito en cada uno de ellos- y es de carácter internacional. El destinatario es “abierto”, no excluye a nadie, por tanto es intercultural, interracial, interreligioso, interdisciplinario, intergeneracional.
¿Cuáles son esos objetivos? Son siete.
1) Poner la persona en el centro,
2) Escuchar a las nuevas generaciones,
3) Promover a la mujer (niñas y las jóvenes),
4) Responsabilizar a la familia como el primer actor educativo,
5) Acoger y tener apertura hacia los más vulnerables,
6) Estudiar nuevas formas de entender la economía, la política y el progreso, y
7) Custodiar y cultivar la casa común.
Como la mayor parte de la población se dice que es católica, los católicos deberíamos ser los primeros en adherirnos a este “pacto” y desde el lugar de cada uno, hacernos las preguntas fundamentales: ¿Dónde queremos llegar con la educación? ¿Qué personas queremos ser y qué podemos hacer para lograrlo?
Con una percepción lo más realista posible, atrevámonos a “soñar” con una educación diferente. Que el asistir durante más de 10 años a la escuela les cambie la vida “de verdad” a nuestros estudiantes. A veces tengo la impresión que gastamos muchas de nuestras energías -y eso está bien- para prepararlos académicamente para el mundo, pero no estoy muy seguro si utilizamos esas mismas energías para formarlos en las virtudes, en el amor, en ser buenas personas para aquí, para este mundo y, -para los creyentes- para la vida eterna.
Hacerlo no será posible si lo hacemos solos. Hay que ganar la voluntad de otras personas que caminan junto a nosotros. Me refiero a la familia -que debería ser la primera educadora- que a veces desaparece y se ausenta de la tarea educativa. En algunos casos esta “ausencia” es propiciada por ideologías que intentan reducir el papel de los padres al de meros proveedores, sin autoridad sobre sus hijos. Padres que han renunciado a ser referentes morales de la prole y que quizá -sin darse cuenta- han transferido irresponsablemente esa misión al Estado.
Si este es un “Pacto Global”, probemos, intentemos algo con las escuelas no católicas, no cristianas, con la educación pública. La problemática de la educación pública no debe ser para los que podemos costear una educación privada, “harina de otro costal”.
Llevemos la educación a un laboratorio y experimentemos nuevos modos de educar, formas abiertas para educar no solo a la niñez y juventud sino también a quienes tienen rezago escolar, adultos con escolaridad inconclusa, personas que están en las cárceles, personas con capacidades especiales, población estudiantil de la ruralidad y de la amazonia, especialmente las niñas y mujeres.
La educación debería ser, como dice Francisco, un movimiento ecológico. Hagamos algo por desarrollar planes para la conservación de la naturaleza tanto en la ciudad como en los sitios más apartados. Hay que entender que la educación es principalmente el “pasar” lo más valioso de la cultura de hoy a las generaciones del futuro y ese proceso que se hace en el tiempo, necesita un espacio y ese lugar es dónde estamos, nuestra casa común, nuestro planeta.
Para mayor información sobre el PEG:
https://www.educationglobalcompact.org/resources/Risorse/vademecum-espanol.pdf
Exelente Hno Ricardo por su ponencia su vida y testimonio y por amor a la educacion que necesitamos cambio radicales para poder formar a las nuevas generaciones; valor lo que somos y tenemos y ser libres para liberar y caminar juntos como nos invita el Papa Franncisco por un mundo más calido y fraterno.