No es el crimen organizado, tampoco el narcotráfico, menos aún la gravísima inestabilidad política o, por último, el riesgo país. La gran preocupación del Banco Mundial con respecto al Ecuador responde al alarmante nivel de desempleo (70%), la constante formación de criminales por falta de oportunidades laborales y, en consecuencia, el establecimiento de modernas guerrillas urbanas. El cuadro es de por sí aterrador, máxime considerando la nula probabilidad de su reversión bajo las actuales premisas.
Mucho puede y debe hacerse, y cuanto antes mejor, pero la única forma de vencer a la desocupación es a través del crecimiento económico, factor intrínsecamente ligado al nivel de seguridad jurídica del país. El imperio de la ley y el cumplimiento del debido proceso, corolarios de una plena democracia, dejaron de tener vigencia desde que la política logró imponer los protervos intereses personales de unos cuantos sobre la juridicidad de Estado y el mayoritario bien de su sociedad.
Algo está mal cuando esto es lo producido en 44 años de democracia. Este no es más un tema entre derecha e izquierda, en todas sus versiones, o de un fanatismo populista, pero la corriente que arrasa con nuestra institucionalidad debe eliminarse de raíz. El país necesita, por tanto, de un gran interinazgo para reconstituirse políticamente en el largo plazo al tenor de un verdadero Estado de derecho y por la libre y soberana determinación de su pueblo. ¿Acaso la dolarización que hoy tanto atesoramos se obtuvo constitucional y democráticamente?
El crecimiento económico per se, no soluciona el caos del Ecuador. Son varios temas profundos que debemos enfrentar. Efectivamente el desempleo es uno de ellos, un liderazgo político paupérrimo por decirlo de manera decente, una sociedad que no entiende lo que es vivir en democracia, Sistema Educativo que no responde a un norte de Desarrollo Sostenido, las ya formadas guerrillas urbanas, lavado, narcotráfico. Por donde empezamos? A estas profundidades del caos, la Palabra de Dios responde: «Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra»