Desde que empecé mi carrera en fundaciones sin fines de lucro la gente me pregunta: ¿Si estás haciendo labor social, no te parece egoísta cobrar un sueldo? Esa pregunta me choca mucho porque para mí no es labor social, es mi trabajo. Y me siento afortunada que sea un trabajo que me apasiona y que está dirigido a lograr un impacto social.
Siento, aunque me parece increíble que todavía no hayamos cambiado el discurso, que todavía es común que la gente confunda el hecho de trabajar en una organización sin fines de lucro con hacer filantropía. Las organizaciones sin fines de lucro, en muchos casos se manejan igual que un negocio, tienen costos fijos, empleados a los que deben pagarles un sueldo y otros gastos que afrontar. Pero además de eso tienen la presión de financiar con sus ingresos proyectos o iniciativas que carecen de un modelo de negocio claro pero que, aun así, avanzan hacia su misión. Las fundaciones no solo existen para recibir donaciones, si no que muchas veces cuando el gobierno no los asume, tienen que brindar servicios y cobrar por ellos, pero hacerlo de una manera estratégica que permita cumplir su objetivo que está relacionado con mejorar la sociedad.
Es poco realista pensar que porque una persona toma la decisión de trabajar en una fundación y ayudar a solucionar problemas complejos debe donar su tiempo. Además, si se trata de solucionar problemas tan complejos como la inequidad educativa, la violencia en países vulnerables, el cambio climático, ¿no quisiéramos que sean los mejores profesionales, los más capacitados y con más experiencia quienes se encarguen de administrar los servicios orientados a lograr un impacto social? Más que pensar en cuánto cobran o dejan de cobrar por hacer su trabajo, deberíamos de preguntarnos ¿Se lo ganaron?
Trabajar en el tercer sector es como trabajar en el sector privado o público. Es momento de cambiar los paradigmas.
Estoy de acuerdo con la reflexión planteada en el artículo. Muchas organizaciones sin fines de lucro, de alguna manera, han venido colaborando con necesidades sociales, que debiendo ser solventadas por el estado, han sido absorbidas por estas instituciones, casi todas, con el reconocimiento y la gratitud de la sociedad, como ha sido el caso del Hospital Luis Vernaza, y La Benemérita Sociedad Protectora de la Infancia, propietaria del Hospital León Becerra de Guayaquil.
Contar con personas comprometidas con el servicio que tales instituciones brindan, es sin lugar a dudas, no solo una necesidad, sino que además, se debe valorar su participación.