Navegar en internet fue una de nuestras mayores distracciones durante el confinamiento del 2020. En ese tiempo descubrí el canal de Youtube de Frank Suárez, empresario puertorriqueño, dedicado a la investigación de temas relacionados al metabolismo. Desde pequeño sufrió acoso escolar, debido a su obesidad, esto lo impulsó en la edad adulta a crear una empresa de productos para bajar de peso, escribir varios libros, dictar charlas y conferencias, con las cuales ayudaría a miles de personas a mejorar su salud.
Frank Suárez no solo hablaría del sobrepeso en sus variados episodios, sino también lo concerniente a las enfermedades mentales. Él manifestaba que la depresión y la ansiedad se deben a una causa oculta dentro del cuerpo, destacaba que la neurociencia avanzada había descubierto conexiones nerviosas entre el cerebro y el intestino, la comunicación entre ambos se da mediante el nervio vago, el 90% de la información procede del intestino y el 10% del cerebro.
La microbiota, es decir, la flora intestinal, donde se produce la serotonina que controla el estado de ánimo; la dopamina, un neurotransmisor del placer, la motivación, el deseo, el aprendizaje y la creatividad; la acetilcolina, encargada de la memoria; y la gaba, que es un ácido aminobutilínico, juega un papel fundamental, ya que cuando se altera, sea por el uso prolongado de antibióticos o por el cambio en la composición de las bacterias, el estado de ánimo de una persona puede variar drásticamente.
Entre las recomendaciones que daba para restablecer la flora intestinal se encuentran: el consumo de probióticos, yogurt, vegetales fermentados, fibra resistente que la encontramos en el plátano verde, o ácido butírico, que es antiinflamatorio y tranquilizante. Asimismo, sugería evitar los noticieros, ya que solo transmiten cosas negativas, conectarse a tierra (caminar descalzos sobre césped o arena), y tomar vitamina D exponiéndose al sol, durante unos minutos por las mañanas.
No sé si los médicos tradicionales estarán de acuerdo con esta tesis de Suárez, aunque la misma plantea una manera natural y accesible para combatir la depresión y la ansiedad. Es de esperar que se defenderá la importancia del apoyo con terapias psicológicas, la prescripción de cierta medicina que se necesita para controlarlas y, como soporte adicional, los consejos de familiares y amigos, pero las altas cifras de suicidios demuestran que no es suficiente todo esto, las estadísticas corroboran que, año a año, incrementan, sobre todo desde la pandemia del 2020, que afectó a unos más que a otros.
Frank Suárez murió el 25 de febrero del 2021, algunas hipótesis, en torno a su fallecimiento, no se hicieron esperar, puesto que estaba por publicar un libro donde expondría la cura del cáncer. Sin recabar mayores indicios, se declaró este hecho como un suicidio, el cual llevaría a Suárez a lanzarse desde el noveno piso del condominio donde residía en Puerto Rico.
Según declaraciones de sus familiares, él había sido diagnosticado con un cuadro depresivo que necesitaba medicación, además de realizar terapia, argumento que no dejó satisfecha a la prensa, aunque esta nunca ahondó en las investigaciones. La policía, por su lado, cerró esa misma noche el caso, para no dar más explicaciones de lo sucedido. Fueron sus millones de seguidores, quienes refutaron tales declaraciones por contradecir el estilo de vida que promocionaba este reconocido investigador de la salud.
A raíz de este episodio, una duda ha rondado mi mente: «Si él, teniendo conocimientos médicos, acérrimo combatiente de la depresión y la ansiedad, no pudo controlarlas, entonces, ¿qué pueden hacer aquellos que no cuentan con la suficiente información y abandonan rápido la pelea?»
Cada día, al navegar por las redes sociales, leo mensajes lamentando la partida de alguien que tomó la infortunada decisión de suicidarse, los motivos son tan variados como preocupantes: desgaste emocional, ruptura amorosa, acoso escolar o sexual, deudas, incomprensión familiar, por citar algunos. Sin embargo, en el otro extremo están las personas que, no teniendo ninguna de estas razones, al contrario, han gozado de buena salud, obtuvieron cierto éxito y fama, y el dinero no era problema para ellos, escondían un estado depresivo con más peso que la aparente felicidad.
No soy psicóloga ni tengo experiencia en el campo de la salud para afirmar que los tratamientos convencionales no dan resultados, puede que a determinadas personas sí les ayude, pero considero que cuando la «aflicción del alma» como prefiero llamarla, invade la mente, no hay terapia, medicamento o consejo que saque de esa situación a nadie que la padezca.
Hace unas semanas, fue tendencia en Twitter una conocida joven que se rindió ante la despiadada enemiga: «Lo siento, no puedo más, hice todo lo que estaba a mi alcance» —expresó en su último mensaje—, esto motivó a otras personas a contar sus historias, evidenciando que no era la única librando esa misma batalla.
La fragilidad humana se vulnera con el mínimo roce, en los tiempos difíciles que estamos viviendo, hay que reconocer que no todos pueden superar una crisis mental y, desde el instante que aborda a la víctima, la sociedad debe estar atenta.
Para quien no padece depresión es sencillo decir: «ya mismo pasará», «tienes que mantenerte ocupado», o «cuenta los problemas», porque confunde los síntomas con la tristeza, pero estar deprimido va más allá, es sentir desinterés, culpa, ansiedad, cansancio, angustia, insomnio y baja autoestima, todo al mismo tiempo. Por eso, es crucial escuchar a las personas cercanas cuando manifiestan alguna señal, debemos afinar nuestro lado sensible que nos permita reconocer ese pedido de ayuda, que no siempre se refleja en una mirada triste. Recordemos al actor y comediante estadounidense Robin Williams quien, al igual que otros, ocultaba su dolor, detrás de una sonrisa.
Con los ejemplos citados, concluyo que cuando la depresión emerge de la mente, o del cuerpo, dependiendo desde qué lado sea tratada, se cierra un círculo de sentimientos negativos. Hasta ahora, ni la medicina tradicional ni la ayuda espiritual ni los consejos de buena fe, han servido para erradicarla. Solo se puede controlar, sin certeza alguna.