Voy entendiendo que vivir plenamente no es lo que siempre pensé. No es estar feliz todo el tiempo. No es no tener ningún problema, ni experimentar la tristeza a veces. Ni siquiera significa que deba estar con una sonrisa y caminando a paso acelerado, como yo creía.
Vivir plenamente es otra cosa. Es abrazar lo que me toca. Es no negar lo que me pasa, es mirar de frente lo feo y difícil y procesarlo hasta que la aceptación sea posible y es en ese transitar donde realmente voy VIVIENDO plenamente.
Vivir plenamente es justo eso, vivir de lleno cada situación que me suceda, es no taparme los ojos, ni bajar la vista ante lo que no me gusta. Ante lo que parece intrincado y extremadamente penoso.
Vivir plenamente es tomar una decisión ante la posibilidad que cada día nos presenta de abrir nuestros brazos y acoger lo que suceda, a pesar de tener miedo o de no saber qué vendrá adelante o escondernos y quedarnos tapados…aunque eso implique no llegar a experimentar nada especial. Porque el escondernos nos priva de llegar a tocar una puntita de felicidad.
Vivir plenamente es decidir no rendirme ante lo inesperado, ante la desgracia incluso. Es amar fuerte la vida, con todo lo que eso implica.
A veces será ir rápido y recorrer largas distancias, otras, será quedarnos sentados horas y horas en silencio, aceptando que eso es lo que estoy necesitando.
Vivir plenamente es vivir el presente estando presente. Es disfrutar de un día común, valorando lo cotidiano. Es aprender que toda vivencia vivida en su plenitud tiene recompensa, tanto la alegría como el sufrimiento. Es darle la bienvenida a esos sentimientos desagradables y escuchar lo que tienen para decir.
Voy entendiendo que vivir plenamente no es lo que siempre pensé. Vivir plenamente es otra cosa.