Yo nunca fui a la guerra, y espero nunca tener que ir. Sin embargo, si he vivido el día a día con guerreras y guerreros. En mi familia no me tocó ser quien lucha, quien pelea las batallas, mis hermanas y mis papás sí lo hicieron. Ellos se enfrentaron a los peores conflictos bélicos: perder bebés, infancias terribles, bullying escolar…
Como les dije, yo no fui a la guerra, pero las viví cerquita de mí, en el límite de mis fronteras. Y eso lo escribo entre lágrimas porque, como saben, las fronteras son permeables. Desde que nací la vida me preparó para ser un hombro sólido, huesudo como dice mi hermana menor, pero sólido. Sé que no es el mejor apoyo, pero me he esforzado para serlo. Cuando era adolescente mi hermana menor sufrió el bullying más nefasto que una niña puede sufrir. Fui testigo de un dolor infinito que hasta hoy visita mi casa. Siendo más adulta vi el dolor de una madre al perder a sus bebés, lloré mares por el dolor de mi hermana mayor. Sus vivencias penetraban lo más profundo de mi alma y me rompían en mil pedazos, pero yo era el hombro, firme y sólido, quien debía estar ahí. A mis 25 años tomé un rol que pensé que se tomaba como a los 60, cuando los padres son mayores y hay que cuidarlos como si fueran niños.
Era abril de 2022 y yo estaba en la ciudad de la que me he enamorado, la mágica ciudad de Buenos Aires. Mi mamá me llamó y me dijo la frase que, sin saberlo, me cambiaría la vida: “tengo cáncer de mama”.
Les contaba que yo no he ido a ninguna batalla, pero en el 2022 vi luchas diarias contra ese enemigo con el que luego haríamos un tratado de paz. Yo no usé ni una sola arma, nunca lo maldije ni me peleé con él. Ese sentimiento era mutuo, él tampoco se metió conmigo. Pero yo estaba ahí, al lado del campo bélico, al lado de la cama. Suelo ser quien está al lado, viendo todo, y queriendo sentir aún más que la persona que lo vive, deseando fuertemente llevarme todo ese dolor. Supongo que se imaginan que eso es imposible, y si, es imposible. Nunca fui capaz de arrancar los sufrimientos de mis seres queridos, pero luché por ser la roca en quien podría descansar.
Uno de los días que más recuerdo del 2022 fue cuando mi mamá, luego de recibir la segunda quimio, llegó a casa a descansar. Ella estaba en su cama, yo en una silla cerca de ella con mi computadora trabajando. A ella le dolía todo, mis únicas herramientas para consolarla eran mis palabras. Mi mamá se empezó a hacer cada vez más pequeñita, como una niña. Nuestra conversación esa tarde calurosa en Guayaquil se tornó muy rara. Ella me preguntaba por mi abuela, quien falleció hace 7 años. Preguntaba desconsoladamente por su “mami”. Y claro, ¿por qué una mamá no estaría para su hija que está en un tratamiento para curarse del cáncer? Mi mamá repetía: «¿por qué no está aquí mi mami?”. Aquello me descolocó. Si hay alguien a quien extraño y a quien necesito muchísimo, es a mi abuela materna, a quien yo también llamaría esa noche en mis pensamientos entre lágrimas.
Mi respuesta ante esas preguntas fue: “mami, estás alucinando”. Yo en ese momento no entendía bien, pero ahora que veo hacia atrás, eso tiene mucha lógica. El químico afecta todo, más allá de lo físico, llega al alma y hay que tener una buena armadura para no dejarlo ganar.
Mi abuela no estuvo físicamente nunca en el campo de batalla de mi mamá porque murió en el 2015, pero unos días después de las alucinaciones (que se repitieron en algunas quimios posteriores), la pude sentir en ese cuarto, vino junto con un viento fuerte, invadiendo el lugar con su particular olor que tanto extraño. Hace poco se presentó en uno de mis sueños y me reafirmó que ella estuvo dándonos sus fuerzas todo el tiempo, aunque yo sabía que, si había sido ella, agradecí infinitamente que me visitara en mis sueños.
Yo les había comentado que hice las paces con el cáncer, y así fue. No solo yo, mi mamá también lo pudo hacer. Hubo un tratado de paz al final de todo. Aprendí de todo un poco, de medicina, enfermería, psicología, de cocina, de cómo ser mejor hija y, lo más importante, de cómo ser mejor persona. Es muy importante durante esos procesos tan duros, no perderse, tenerse y saber que todo lo que se presenta en el camino tiene un para qué.
Yo no soy una guerrera como el resto de mi familia, pero soy una aprendiz de la vida y si algo aprendí de todo esto fue que ninguna enfermedad se puede curar sin amor, sin risas, sin paciencia, sin tolerancia. Fui testigo del poder del amor en épocas de guerra. Muchas veces lo que mi mamá necesitaba en las noches más oscuras era una mano que la sostenga.
Si tienen duda de qué hacer cuando alguien cercano a ustedes la está pasando mal, sean quien escucha, quien da un hombro, quien estrecha una mano, eso puede salvar vidas.
¡Cuánta sabiduría en tan pocos años! Pero déjame decirte que tú eres una guerrera porque para nacer te defendiste con fuerza y para vivir te aferraste al amor.Gracias por estar siempre y enseñarnos a amar.
Gracias tia!! ❤️
Mi Pau ! Que belleza de artículo, estoy segura que fuiste un gran apoyo para cada una en su momento, el amor lo cura todo, eres un alma demasiado bella ❤️
Gracias Naty!!!❤️
Amo todo lo que escribes, pero creo que este, por mucho, es mi escrito favorito tuyo. Te admiro infinito, fan de ti siempre
Te admiro muchisimo maasss!!!
Gracias el mundo por darme un hermana como tu Gracias por todo hermana Paula ❤
Te entiendo querida Paula. ❤ Gracias por compartir.
Te mando un abrazo Daniela!!
El amor plasmado en palabras. Me gustó mucho. Gracias por compartirlo.
❤❤❤