Soñé que estaba en una plaza muy grande, subida a un tractor de juguete. Andaba para todos lados. De repente me encuentro con una amiga que también estaba subida, pero a un auto. Al rato aparece otra amiga más en otro vehículo chiquito, y nos mirábamos sorprendidas.
De repente varias mujeres grandes nos hallábamos paseando y jugando como niñas por toda la plaza. Felicidad absoluta. Momento hermoso. De reencuentro, de sorpresa, de alegría, de entusiasmo, de intercambio de emociones. Porque no sucede seguido este tipo de encuentros.
Supongo que no me animaría a andar en un tractor de juguete, esos que usan los niños pequeños con sus papás al lado. Supongo que sería un papelón andar por una plaza, una mujer de mi edad, arrastrando “mis patas” para ir de un lugar a otro lugar. Eso era lo cómico y divertido. Cuatro mujeres andando de esa manera, riendo y riendo.
Y lo más extraño era que convergimos en el mismo espacio, de casualidad.
Sueño extraño si lo hay. Sueño utópico.
Porque me levanté con una sensación de alegría, de querer ver a mis amigas. De llamarlas por teléfono al menos.
Me quedó una imagen muy vívida de todas subidas a nuestros vehículos para niños, paseando por toda la plaza con una extensa sonrisa. Y a lo último la rematábamos con una foto.
Se me ocurre que quizá podría inventarla, la foto digo. Y mirarla cada tanto. Y saber que, aunque somos grandes, podemos seguir jugando. Recordar que, aunque a veces los problemas nos tapan, las preocupaciones nos aplastan, el juego, la risa, priorizar los vínculos, son más que necesarias, diría que son vitales para seguir adelante, para que el corazón se ensanche, para que nuestra mirada cambie y quizá también tengamos que agregarle a nuestro día a día un toque de juego en lo que hacemos, una pizca de humor para hacer menos serio lo que ya lo es.
Como recién, que me levanté con esa sensación de alegría y al rato nomás, me contaron algo que no me esperaba, y de repente me frustré, porque tenía otros planes.
Y mientras escribo esto, me hablo a mí misma, y vuelvo al sueño, y pienso que sí, que puedo subirme al tractor de juguete denuevo, y arrastrar los pies hasta llegar a otro sector de la plaza, y mientras voy, me río, y disfruto y vuelvo a ser niña, aunque sea grande.
Quizá este sueño lo pueda aplicar a mi vida cotidiana, a mis circunstancias y que mi mirada de adulta no me tiña la cosa y ser como niña me permita levantar la barrera a la felicidad que muchas veces la tengo al lado mío y no la percibo. Y pueda de esa manera no solo ser más feliz yo sino contagiar a los que tengo a mi lado.
Y ahí sí, nos saquemos una foto genuina, todos juntos, con los que se sumen y se atrevan a que nos miren con cara rara por seguir jugando, aunque seamos grandes.
Me gustó la idea de seguir jugando a pesar de que los años sigan pasando.
Así es Analía!! Muy ciertas tus palabras, el juego tiene una fuerza motivadora y creativa que atraviesa toda la vida. La edad adulta casi ni se permite jugar, o los juegos a los que se vuelcan son peligrosos.
Que nunca perdamos la capacidad de jugar, de crear, de soñar, de imaginar. !!!!!
Hermoso e inspirador relato!