En Latinoamérica hay la costumbre de creer que su población vive en democracia mientras no se interpongan, en el mando de gobierno, las dictaduras militares. ¿Verdad esta consecuencia? Lo cierto es, sin embargo, que el suceso antidemocrático no está presente únicamente cuando el gobierno deja de estar direccionado por un civil. ¿Entonces un cambio?
Qué difícil, sin embargo, aparecen estos cambios a futuro, cuando en la realidad latinoamericana la pobreza abarca más de 180 millones de gentes, con más del 40% en extrema pobreza. El indio es en la ruralidad el más golpeado al margen de todo valor cultural positivo. Y el mulato y el negro, en las calles citadinas, no pasan de fuerza de trabajo de alquiler, sinónimo de explotación.
Es indudable que la educación al menos para los países no desarrollados nada tiene que ver con la democracia. Niños y niñas, por millones, “viven” abandonados en habitaciones, de cartón y caña, y desde ese, su “hogar”, tienen que llegar también a sitios de cartón y caña, identificados para enseñanza y aprendizaje… ¿Pero en tales condiciones, algo se enseña y algo se aprende?
El anuncio de la libertad en las elecciones causa siempre más que una sonrisa entre quienes lo escuchan. Es que nadie lo cree después de haber vivido, por años, la misma cantaleta política, con resultados mañosamente arreglados. Sin embargo, para la mayoría ciudadana, el suceso eleccionario es un acto cívico de alto valor social, tal cual le han enseñado en toda la escolaridad.
¿No es que el oído popular escuchó también, días tras día, que tendría vivienda, escuelas para sus hijos, ocupación permanente con buen salario que alcanzaría para el alimento familiar…? Sí, pero escuchó para su credulidad solo propaganda. Mensaje que no pasa de trampa para aprisionar a incautos. O sea, en palabras de Camus, dominar, y “el que quiere dominar es sordo. Frente a él hay que pelear o morir”.