Es una pregunta que se supone tiene una clara respuesta.
En el trabajo, en las tareas que tienen que ver con nuestra profesión, una debe actuar siguiendo ciertos protocolos, en una línea determinada, por ciertos carriles estipulados.
¿Pero hay lugar para que el corazón y las emociones cada tanto levanten la mano? ¿Y hagan una aparición fugaz, tal vez fuera de la norma establecida?
Mi respuesta es sí. Hay veces que lo vale. Hay ciertas situaciones especiales donde salir del carril por un instante logra cambios importantes.
Como aquel psicólogo del equipo de Paliativos del hospital que acompañaba a una mujer muy joven enferma de cáncer y a su hija. Sin pensarlo demasiado, buscó a la pequeña y la llevó hasta donde estaba su madre para despedirla. Para que pueda darle un último abrazo, para hacer un cierre, para colaborar en hacer menos difícil el duelo.
O como otra profesional amiga, que, ante la tragedia humana, ante situaciones terribles, que no deberían existir, tuvo un «desliz» en la manera de proseguir según los lineamientos obligatorios (y no hablo de nada ilegal). Pudiendo colaborar para que una vida no querida, no deseada, predestinada a un futuro oscuro casi seguro, tuviera una oportunidad de vida diferente.
Soy enfermera. Soy madre, soy hija, soy amiga, soy esposa.
En estos tiempos donde el «protocolo es la norma». Donde no hay cabida para los sentimientos. Donde hay duelos más que dolorosos. Donde la realidad muchas veces nos aplasta, necesitamos volver a nuestros sentidos.
Seguir actuando de manera profesional sin duda, pero sin dejar a un lado la parte más importante, nuestra humanidad.
Completamente de acuerdo Analía, la felicito