21 noviembre, 2024

De vez en cuando

Mayo fue un mes animado y productivo, primero el Día de la Madre, siguieron celebraciones por los cumpleaños de amigas del colegio, participé en una exposición fotográfica y, para culminar, la ceremonia de graduación de mi hijo que debió realizarse hace dos años, pero debido a la pandemia se pospuso hasta que los directivos de la institución encontraran una fecha adecuada. Al fin, el esfuerzo de los alumnos de las últimas promociones 2020, 2021 y 2022 de la Universidad Santa María, fue recompensado, no fue fácil para ellos estudiar en medio de una crisis sanitaria.

Luego de estos eventos, siento que debo renovar mis energías, porque aunque no lo crean, o más bien, para quienes creen en el efecto que causa el estar ante una constante exposición social, sobre todo, personas sensibles como yo, comprenderán que, de vez en cuando, es necesario hacer una pausa.

Considero que, en ciertos momentos, los seres humanos debemos disfrutar de la soledad, de apreciar una puesta de sol, tanto en la playa como en cualquier otro sitio en el que nos encontremos, inclusive, dentro de la ciudad. Si tan solo nos detuviésemos a escuchar los sonidos de la naturaleza que, aunque suene cursi, el canto de los pájaros al amanecer, puede resultar una de las mejores maneras de recibir el día.

Recuerdo que en uno de los tantos sitios donde he vivido, había un vecino que cada quince días, aproximadamente, organizaba una fiesta en su casa, con bombos y platillos como dice el vulgo. La única vez que fui invitada, la reunión no fue tan pomposa como las que solía realizar, su esposa prefirió invitar a unas pocas vecinas cercanas para algo menos ruidoso. Por un comentario que hizo ella, se demostró que cada vez que el señor en cuestión se deprimía, planeaba bulliciosos encuentros. —«Una forma divertida de sobrellevar la situación» —pensé. 

Después de un tiempo, me mudé a otro lugar en donde, hasta ahora, no he podido comprobar las razones que «esconden» los vecinos detrás de sus amenas farras. Sé de personas que necesitan llenar sus vacíos entre aglomeraciones y una algarabía perenne, y hasta cierto punto es válido, cada uno sabe lo que le hace feliz.

En mi caso, reconozco que dependo de cierto nivel de estrés para mantenerme física y mentalmente activa, pero procuro crear una atmósfera adecuada, donde mi paz no es negociable. Me abstraigo del mundo leyendo un buen libro; preparando el desayuno, con mi infaltable café por las mañanas; saboreando una comida en calma; tomando una copa de vino, o escuchando música que evoque hermosos instantes de mi vida.

De vez en cuando, es imprescindible aislarse, soslayar las vicisitudes, al menos, por un tiempo, todo lo que incluya elevar la vibración para ser productivos y no dejarnos envolver por ese entorno negativo, al que nos estamos acostumbrando. 

No se puede negar que cosas malas y extremas están sucediendo en el mundo y, a pesar de que no podemos vivir en una burbuja indefinidamente, es preciso buscar un balance en nuestras vidas, que nos permita seguir el camino correcto, reitero, cada uno a su manera. Ojalá que escojan la mejor opción, se necesitan personas virtuosas que dejen una huella imborrable en las siguientes generaciones.

De vez en cuando, hay que presionar el botón off, apartar cualquier pensamiento abrumador, relajar la mente y cuidar el cuerpo, no dar cabida a las competitivas exigencias, creadas dentro de sociedades consumistas y que transmutan a una velocidad imparable, convirtiéndose así en reglas de convivencia, a las cuales, de vez en cuando, se debe ignorar.

 

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