Este mensaje va dirigido a los papás y a quienes deseen serlo. Si ya tienes hijos o piensas tenerlos, una de las responsabilidades ineludibles es la atenderlos satisfactoriamente con bienes materiales, dentro de las posibilidades que cada uno tiene. Eso evidentemente incluye un techo, alimentación, educación y por supuesto un sin número de otras cosas que resultaría larguísimo enumerar. Este artículo no va de eso, va de darles a los hijos lo que no se puede comprar con dinero. Me refiero a las experiencias, las historias, tus lágrimas, tu tiempo, tu ser. Y es que, está demostrado hasta la saciedad, que la actuación, tanto del padre o como de la madre, son decisivos en los primeros años para el pleno desarrollo de los hijos. Esa impronta, buena o mala, es imborrable. Por eso, es preciso darnos cuenta que si alguien se cree buen padre solamente porque atiende materialmente a sus hijos, está en un error. Lo padres que creen que su función es la de “dadores” de cosas son recordados por poco tiempo. Los que, en cambio, se preocupan por dar enseñanzas de vida, se los recuerda para siempre.
Es por eso que me atrevo a compartir algunas reflexiones sobre la misión del padre de “dar” a los hijos algo más que las cosas:
- A tus hijos, dales relatos. Habla con tus hijos de los días más felices y los más tristes de tu pasado. Para ello, no hace falta decir que se necesita mucha valentía. Atrévete a contarles lo que tuviste que hacer para llegar quién eres hasta este momento. Narra tus aventuras, tus sueños y los momentos que marcaron tu existencia. Tus hijos no necesitan gigantes, así que “humanízate”, no eres perfecto. Más bien, permite que tus hijos se adentren en tu mundo y tú en el de ellos. No trabajes tanto por ponerles el mundo a sus pies, más bien esfuérzate por abrir para ellos, el libro de tu vida. No esperes que otro les cuente quién eres tú, nos esperes que tus hijos te admiren por los relatos de otros. Eso generalmente sucede, cuando ya estás muerto. Lo que acabo de decir, tiene también una base científica. En los mamíferos hay una gran dependencia de los hijos en relación con los padres. Ellos además del instinto necesitan aprender experiencias de sus padres para sobrevivir. En el caso de los humanos, las experiencias aprendidas son más importantes que las instintivas.
- A tus hijos, dales buenas experiencias. La buena calidad de la relación está estrechamente relacionada con la buena imagen que tienen los hijos de sus padres. Los hijos, nos guste o no, registran todas las imágenes positivas y negativas de los padres. Ellos, aunque los padres no se percaten, toman una “foto emocional” y la archivan, no sólo sobre lo que se les dice, sino también de los gestos y actitudes que ven en sus padres. Así que, si los padres les dicen cosas maravillosas a sus niños, pero tienen entre ellos (padre y madre) pésimas relaciones o, son con sus hijos, intolerantes, agresivos, mentirosos e irrespetuosos, lo que crean es una grieta emocional en la que solo hay rechazo y muchas críticas. Lo peor de todo es que, lo que el niño registra es muy difícil de borrarse. Se lo pude hacer, se puede hacer una edición emocional -como en Photoshop- superponiendo nuevas experiencias sobre las antiguas, pero es complicado. En pocas palabras, la imagen que el hijo construye sobre el padre no puede eliminarse, sólo puede ser reescrita.
- A tus hijos, dales amor en el perdón. Hay que enseñar a los hijos a perdonar. Esto va muy unido al punto anterior: una experiencia dolorosa o desfavorable se registra automáticamente en la memoria y a partir de allí trabaja continuamente, generando miles de otros pensamientos y actitudes. Por eso, si un padre -o una madre- comete un error con su hijo, no basta con ser complaciente, o peor aún, compensar la agresividad dándole cosas. Si eso pasa, se está enseñando al niño a manipular y no amará a sus padres. Perdonar tampoco de ningún modo es justificar comportamientos negativos propios o ajenos, como la agresión. Perdonar no es soportar, no es aprobar o defender una conducta que causa sufrimiento. Perdonar no es fingir que todo irá bien, cuando se ve que no es así. Perdonar no es adoptar una actitud de superioridad, como si fuéramos pequeños dioses que otorgamos el perdón a quien le tenemos lástima o le consideramos inferior. Perdonar no implica necesariamente que debas cambiar de comportamiento, como tampoco estás obligado a ser amigo de quien te ha hecho daño. Y, aunque sea recomendable, tampoco es una condición para perdonar, ir y decirle “te perdono”. Cuando el perdón es real, se verifica, más que con palabras, con el cambio producido en el corazón. Porque el perdón es una actitud, una decisión, un camino y una forma de vida. Es una actitud que integra fe, sentimientos y fuerzas que nos mueven en la dirección de perdonar. Es una decisión, una elección entre vivir esclavizado del pasado o abrirse a la libertad de la serenidad del corazón. El perdón es un camino que nos exige dar pasos para movernos de ser víctimas de nuestras circunstancias a creadores de nuevas realidades: alivio, libertad, alegría y la sensación de estar haciendo lo correcto.
Quizá he extendido demasiado estas líneas, pero cada vez son más los casos que atiendo de familias separadas y cargadas de conflictos. Por ejemplo, en los divorcios, es común que el padre prometa a los hijos que siempre estarán juntos, pero con el pasar del tiempo la culpa y los compromisos se desvanecen y, en muchos casos, los papás también terminan divorciándose de sus hijos. Cuando esto sucede, las secuelas en los hijos son irreparables.
Así que, si eres papá -también vale, con algunas adaptaciones, para las mamás- o piensas serlo, ábrete con tus hijos contándoles tus relatos, pasa tiempo con ellos compartiendo inolvidables experiencias y también abrázalos -a veces llorando con ellos- viviendo el perdón.
Muy cierto. Gracias por recordárnoslo.