21 noviembre, 2024

Amor práctico.

Acostada en mi cama, ya acomodada, libro en mano, tapada con un acolchado de plumas bien calentito me doy cuenta que la batería de mi celular casi se acaba. 

Ni ganas de moverme y menos de salir de mi guarida para ir a buscar el cargador, pensé.

Conmigo está charlando una de mis hijas cuando escucha mi queja. —uh, no tengo ganas de bajar—expresé.

Al rato aparece ella con el cable en su mano. Me lo alcanza, me da un beso y se va a su pieza.

Amor práctico. Eso me vino a la cabeza enseguida. No hubo necesidad de decir una sola palabra. Me sentí amada.

A veces hablamos demasiado, te quiero, te amo, sos esto, sos lo otro.

Pero en cuanto tengo que hacer algo por el otro, el amor desaparece, me quedo estancado. Me da fiaca. Me canso. Pienso que no es necesario.

Amor práctico. Ese es el que sirve. El que, a pesar del cansancio del día, hace que uno se ofrezca a lavar los platos para aliviar un poco la carga del otro. 

El que, aunque haya vuelto de trabajar muchas horas, hace que uno les regale a sus hijos un hermoso tiempo de juegos.

No tanto palabrerío.

El recibir con un buen mate a algún amigo que viene con frío.

El ir a cuidar a algún enfermo que esté sólo a pesar del poco tiempo que disponemos. 

Hay muchas maneras de demostrar amor. Dejarle la silla más cómoda a otra persona. Llevar hasta la casa a quien anda en colectivo, aunque se me haga más tarde y me tenga que desviar un poco. 

Cocinarle una sopa bien rica a la vecina que está con gripe. 

Lavarle la ropa a la nuera que se le rompió el lavarropas (eso hace mi suegra por mí estos días).

Y podría escribir muchas más situaciones donde el amor se lee de esta manera. Amor práctico. En definitiva, el que sirve.

Ese prefiero (no sé vos).



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