Los sonetos fueron muy comunes en la época del siglo de oro, tanto, que fueron parte de peleas, riñas entre y enfrentamientos entre los literatos de esa época.
Quevedo, genial en sus sátiras, fue uno de los más brillantes usuarios del soneto. En las discusiones con un amigo que tenía una nariz grande, le escribió un soneto que dice así:
A UNA NARIZ
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una alquitara medio viva,
érase un peje espada mal barbado.
Era un reloj de sol mal encarado,
érase un elefante boca arriba,
érase una nariz, sayón y escriba,
un Ovidio Nasón, mal narigado.
Érase el espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce tribus de narices era.
Érase un narcicismo infinito,
frisón, archinariz, caratulera,
sabañón garrafal, morado y frito.
Al estar prohibidas ciertas palabras, no reproduzco aquí otros sonetos de Quevedo.