21 noviembre, 2024

Algunas consideraciones a la educación para jóvenes y adultos

Este artículo tiende ser un aporte en la reflexión de la educación para jóvenes y adultos desde la práctica educativa que se viene ofertando por la red fiscomisional de centros educativos para personas con escolaridad inconclusa Mons. Leonidas Proaño que atiende, a nivel nacional, a aproximadamente a 30 mil estudiantes, entre los cuales están unos 6 mil que corresponden a las personas privadas de libertad. La situación educativa de este grupo, así como todas aquellas personas que no pueden acceder a la educación “formal” y cuyo número viene creciendo sin control desde los últimos 5 años, merece de nuestra parte un profundo llamado de atención.   Destacaré, por razones de espacio, sólo tres aspectos: 1. Negligencia en el reconocimiento de la diversidad.  2. Uniformidad de espacios y prácticas educativas.  3. Legalismo que impide la visión de corto y mediano plazo.

1. Negligencia en el reconocimiento de la diversidad

La diversidad está muy ligada a la equidad.  Y ambos conceptos son atravesados por la cultura, los procesos históricos, la geografía y aspectos socioeconómicos  como la migración, la pobreza, la delincuencia y la ausencia de políticas sociales.  De hecho, los rostros a quienes más vemos en nuestras escuelas de la red Mons. Proaño son de indígenas, afrodescendientes, mujeres y jóvenes.  Los que dejan de estudiar o deciden no hacerlo es un grupo diverso con rasgos identitarios propios y modos de vida específicos.  En algunos grupos esa identidad está orientada por un proyecto de vida más cercano al crimen que a la convivencia ciudadana.

Es por eso que educar sin entender los contextos o, quizá peor,  imponiendo un modo de hacer educación desde la racionalización científica occidental que toma en cuenta nada o poco otras cosmovisiones,  la indígena o de la ruralidad por ejemplo, no solo agrava el rezago y la deserción escolar, sino que se corre el riesgo de convertirnos, quizá no conscientemente, en agentes que en lugar de asegurar el derecho a la educación, lo conculcamos. 

La literatura pedagógica es abundante sobre el tema de una educación en contexto. Pero con todo ese bagaje, hemos sido un tanto negligentes.  Hemos intentado que los estudiantes comprendan el mundo y los contenidos, pero no hemos sido capaces de entender la educación dentro de esos contextos que ellos y nosotros habitamos.  Re-conocer es volver a conocer, es comprendernos otra vez -estudiantes y actores pedagógicos- en esos nuevos mundos que se cruzan inexorablemente en las aulas.  Si, por lo menos, llegamos a darnos cuenta que los jóvenes y adultos a los que queremos educar son “otros”, cargados de biografías y experiencias -en muchos casos cargadas de tragedias- los saberes, los lenguajes, los textos y nosotros mismos seríamos muy diferentes.

Con todos, pero en especial con jóvenes y adultos, la educación no es solo “dar” conocimiento, es también “recibir”.  No solo es “decir nuestra palabra” sino también escuchar “la palabra del otro”.  La educación es eso, dar la posibilidad de la alteridad.  Y en este punto, nos hace falta mucho camino. Faltan textos, útiles escolares, no hay formación docente para la educación de jóvenes y adultos, no hay una normativa que ayude a dar sentido a los saberes.  Esto es, entre otras cosas, no reconocer la diversidad y generar otra forma de desigualdad. 

Lo que acabo de explicar con mis palabras.  Me lo explicó hace un par de años, Don Mario, líder indígena de una comunidad andina rural de la provincia de Chimborazo, Ecuador:

  • A mí ya no me gusta la escuela.  Por más que la profesora se mata enseñando, yo no puedo.  Ya estoy grande y siempre he sido medio burro para aprender. No me gusta la lectura. ¿Qué le vamos a hacer?

Don Mario, que ha vivido con el estigma de sentirse “medio burro”, ha sacado adelante a sus 5 hijos -dos de ellos están en la universidad-.  Todos los días, menos el domingo que va a misa con su familia, atiende su “chacra” y lidera la recolección de leche cruda en su zona.  ¡Cómo no le va a gustar la escuela, si los libros de texto que usa son para niños de primaria!

2. Inadecuada uniformidad de espacios y prácticas educativas

Otro aspecto relevante son las interacciones entre estudiante-estudiante y docente-estudiante que surgen en la educación de jóvenes y adultos.  Y es que no basta solo con hacer notar la diversidad, sino también la forma de relacionarse. Son jóvenes y adultos, con toda la variedad que eso implica, y a veces nuestras representaciones de “persona” pueden convertirse en estereotipos que obstaculizan la forma en que se enseña y la que el estudiante aprende. 

Me explico mejor. La educación para jóvenes y adultos se da, casi siempre, en contextos de pobreza y vulnerabilidad (barrios de las periferias de las ciudades, ruralidad, contextos de encierro, etc.).  Nuestros estudiantes son jóvenes y adultos que dejaron sus estudios por irse a trabajar, que quedaron embarazadas, que sufrieron algún tipo de adicción o enfermedad, que cayeron en la delincuencia, que no los admitieron a un centro de educativo, por su mal comportamiento o  por su orientación sexual… No hay una franja de edad determinada, pero la mayoría es una población joven menor de 30 años.  En este escenario, es fácil que el docente -y la misma sociedad- los mire como “carenciados” y “limitados”… les falta algo, en nuestro caso “educación”.  Pero la realidad resulta muy diferente, muchos de ellos ven en esas condiciones sociales, no simplemente un obstáculo, sino también motivos para salir adelante. Todo ello se desarrolla en el marco de relaciones afectivas propias de personas jóvenes y adultas.

Por eso los espacios educativos no pueden ser uniformes.  Hay que respetar sus condiciones -y también contradicciones-, pero particularmente la práctica pedagógica que lleva adelante el docente.  Si los jóvenes y adultos conviven fuera de la escuela en espacios y circunstancias diferentes, no es posible que nuestras prácticas de aprendizaje-enseñanza sean las mismas con ambos grupos de sujetos. Por otra parte, evidentemente hay que construir espacios comunes. Creo que el mejor ambiente educativo para lograr mejores aprendizajes es el que se crea con las personas a partir de sus diferencias.  

3. Legalismo que impide la visión de corto y mediano plazo.

Los puntos anteriores -y seguramente otros- son claves para la elaboración de políticas públicas que fomenten en todos los casos la educación de todos y durante toda la vida.  Esta tarea es imposible si se evita enfrentar lo que está sucediendo con el alarmante crecimiento de la deserción y el rezago escolar.  Este problema no se resuelve con leyes y reglamentos que en gran medida atan la acción docente para la educación de jóvenes y adultos, que no reconoce la diversidad a la que se debe responder eficazmente y en la que prima la uniformidad de leyes y reglamentos para que se las cumplan, a menudo ciegamente,  sobre un grupo etario heterogéneo y con niveles de vulnerabilidad en aumento. 

La acción educativa del docente no puede ser equiparada, ni regulada de la misma manera para la educación “formal”, tampoco el número de estudiantes y docentes por clase y peor aún los contenidos de aprendizaje.  Los tiempos escolares, de igual modo, para la educación de jóvenes y adultos, debe ser diferente.  No se hace nada obligando a que un estudiante que trabaja con turnos de trabajo cambiantes o un estudiante que tiene que atender la parcela del campo ayudando a sus padres a que asista todos los días a clase o prohibiendo a que vaya a estudiar los fines de semana -los únicos días que puede hacerlo-. Los calendarios escolares para las personas jóvenes y adultas también deber ser adaptados.   Es muy común que en nuestros centros educativos los estudiantes no se matriculen en los plazos estipulados por el ministerio de educación debido a que ellos primero matriculan a sus hijos y luego se matriculan ellos. 

Este legalismo a veces se vuelve infranqueable y deja sentadas contradicciones que es necesario abordarlas.  Por ejemplo, la educación para jóvenes y adultos no puede ser definida desde lo que no es: No es educación “no formal”, no es educación “no escolarizada”, no es educación “inconclusa”. 

Para terminar quiero expresar que me siento obligado a dejar sobre las mentes y las sensibilidades de mis lectores, estas ideas sobre la educación de miles de personas, jóvenes y adultos, que estudian con nosotros, pero no las vemos o no las queremos ver. Y otros miles, quizá sean más, de jóvenes y adultos que no estudian, pero que muy bien sabemos dónde están. 

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