3 diciembre, 2024

Con su permiso, señor Kafka

Rondaba por mi cabeza la idea de escribir un articulo, un tanto audaz, al establecer una analogía entre el relato de Franz Kafka, La Metamorfosis, con el proceso personal que estoy viviendo y, siendo consecuente con una de las virtudes fundamentales que debe tener un escritor: investigar sobre el tema que va a tratar, quise leer, esta vez, sin ser tarea (como era en el colegio), la novela corta que Kafka nos dejó como legado, desde finales de 1912. Busqué entre los libros de mi pequeña biblioteca, segura de que un ejemplar formaba parte de ella, obviamente, no mi versión escolar, esa desapareció en las constantes mudanzas, sino una posterior adquirida en la etapa colegial de mi hijo. No lo encontré pero, en efecto, un delgado librillo de actividades, que esa edición incluía, era la prueba del préstamo que hice a alguien sin rostro, puesto que no sé quien es la persona despistada que aún no lo ha devuelto, entonces, tuve que conformarme con la versión digital del libro.

Confieso que no recordaba detalles de la historia, solo que el protagonista se llama Gregorio Samsa, quien amaneció un día convertido en una «cucaracha», así lo era para mí, otros, lo consideran un «raro» insecto, inclusive, un monstruo. Ese olvido es la razón que tiene mi hijo para sostener su tesis, en cuanto a la obligación que tienen los estudiantes, de leer ciertos clásicos a temprana edad, ya que pueden convertirse en un martirio innecesario, generando a futuro un rechazo hacia la lectura, además, si en algún período de tu vida vuelves a ojear un ejemplar de aquellos, reflexionarás sobre el poco valor que diste a la obra en esos momentos. 

Retomando el tema principal de este artículo, quiero pedirle permiso al señor Kafka, para atribuirme ciertos rasgos de su personaje, ya que al hablar de metamorfosis, es innegable que no venga a mi memoria la historia que él ha narrado de manera objetiva, a través de un narrador externo. Es así, como muchas veces, me siento perdida ante circunstancias que no puedo controlar; siento que soy un ser indefenso ante la hostilidad que vivimos en estos tiempos. Sé que Gregorio me entendería, ya que el proceso por el cual ambos atravesamos, nos aísla, al punto de no encajar en nuestra nueva realidad. Pero más allá de esas sensaciones, está la transformación externa que, día a día, se produce en mi cuerpo, no al extremo de convertirme en «cucaracha», por supuesto; tampoco de la noche a la mañana, como le pasó a Samsa, en la ficción de su creador.

Mi metamorfosis es paulatina y, al ser de esta manera, me hace más consciente de los cambios. Todos los días me miro en el espejo, observo cada nuevo lunar que aparece en mi cuerpo, es lo que los dermatólogos recomiendan para prevenir que algo maligno se apodere de él. La fuerza de gravedad también hace lo suyo con mis pechos, los cuales toco y examino con frecuencia. La característica papada de mi rostro se acentúa, desdibujando a aquella mujer que observo en las fotografías de su infancia y adolescencia. El cabello ya no es fuerte, se desprende con facilidad, dicen los expertos que por la alteración hormonal, o falta de tal o cual vitamina, lo cierto es que la cabeza ya no es la misma, ni externa ni internamente, a veces, olvida con facilidad lo más elemental de la vida: nombres de personas, calles, números telefónicos y, lo más importante, algunos recuerdos… ¡Ojalá solo fueran los malos! Las uñas frágiles, la piel cediendo ante el inminente paso del tiempo, he fracasado en los intentos de ser una persona fitness (siguiendo la moda), confío en los resultados que el cambio de alimentación y los ejercicios de yoga prometen, porque eso sí es más acorde a mi personalidad, algo más relajante, porque basta con la hiperactividad mental que la angustia activa por las noches.

A mis cuarenta y ocho años, estoy entrando en una nueva fase de vida, donde la palabra menopausia se ha vuelto reiterativa en mis búsquedas de Google, y aunque los médicos me ubican entre las estadísticas de su llegada, quiero estar preparada para que sus efectos sean más tolerables. Por eso, con su permiso, señor Kafka, quiero contarle que experimento mi metamorfosis a paso lento, no solo el cuerpo pasa por ese estado cruel, sino también los pensamientos, cada vez más pesimistas. Ni qué hablar de los sentimientos, oscilantes sin prevenir daños a terceros. Gregorio declinó rápido ante su destino, imagino que por el súbito cambio que lo convirtió en presa fácil del entorno desfavorable que usted creó para él, diferente al mío, en el que aún hay mucho por aprender, mejorar y por qué no… desechar. No ahondaré en los problemas sociales, políticos y familiares detrás de su historia, esos temas no me competen ahora, los dejo para el profundo análisis de sus nuevos adeptos.

Estimados lectores, los invito a sumergirse en la obra indispensable de Kafka, que tiene ahora un significado diferente para esta articulista. Una sugerencia, luego de leerla, por supuesto, vean la adaptación cinematográfica que está en Youtube, realizada en el Reino Unido (2012), por las productoras Attractive Features, Jellyfish Pictures y Rockkiss DME, tal vez, descubran que ya se encuentran en ese proceso de cambio físico y mental, la verdadera metamorfosis de la cual, no hay escapatoria.



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