23 noviembre, 2024

Ese día, lloré

Toco los respiradores, pero mis manos los traspasan. Quiero agarrar las inyecciones, pero no soy capaz de levantarlos. No me siento capaz de llevar a cabo mis actividades del turno de hoy.

Siento mi cuerpo muy liviano, entonces veo toda la sala y empiezo a correr, aunque no tenga pies. Igual puedo andar, voy muy rápido por todo el lugar. Incluso siento que vuelo. Me cuesta entender que es lo que está pasando. Luego, veo quiénes están a mi alrededor. Están todos en sus puestos. Está Juan, está Simón, está Laura. También está Roberto y José. Por algún motivo están todos profundamente dormidos. Al observar el piso, me doy cuenta que, de mí, caen lágrimas. No paro de llorar. ¡Por Dios! Tenía tanto tiempo sin llorar. Tantos meses siendo su fiel compañera, tantos meses cuidándolos, tantos meses viéndolos marcharse, y, aun así, no había derramado una sola lágrima. Y, en este momento, mis lágrimas no paran de caer.

De repente, todos los médicos me ven. Pero sus miradas trascienden mi físico fantasmal. Sin embargo, saben mi nombre. “Irene”, me sonríen. “Irene”, me vuelven a llamar. Y entonces mi cuerpo vuela alto, muy alto. Ese día fue el primer día que lloré después de tanto tiempo, y ¡qué casualidad! También fue el último.

 

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