El 30 de septiembre recordamos a san Jerónimo, traductor de la obra literaria más vendida en toda la tierra: la biblia. Él es doctor y padre de la Iglesia Católica, y además es reconocido como santo por las iglesias copta, ortodoxa, luterana y anglicana; tradujo los libros del Antiguo y Nuevo Testamento en un lapso de 15 años.
Antes de él ya existía una traducción conocida como la vetusta (la vieja), que estaba llena de imperfecciones de lenguaje e imprecisiones gramaticales. Su famosa biblia vulgata fue aceptada por el papa san Inocencio I en el 405; pero recién en 1546, durante el concilio de Trento, ésta se convierte en la versión oficial de la Iglesia, hasta 1979 que se publica una nueva vulgata. Hoy tenemos algunas versiones oficiales como la biblia de Jerusalén y la de Navarra, o cualquier otra que tenga el imprimatur o nihil obstat con la aprobación de la autoridad eclesiástica competente.
De familia católica pero poco practicante, san Jerónimo nace en la región de Dalmacia, en la ciudad desaparecida de Estridón. Se bautizó a los 16 años, y luego viajó a Roma y a Alemania para estudiar retórica, gramática, filosofía e idiomas. Leyó mucho pero nunca se interesó por los escritos sagrados, hasta que tuvo un sueño donde Jesús pedía quitar su nombre de la lista de los cristianos porque no tenía tiempo de leer las sagradas escrituras. Entonces se despertó llorando y dijo: «nunca más me volveré a trasnochar por leer libros paganos».
Conocemos de su propia pluma que era muy dado a la lujuria y sensualidad, así que decide retirarse al desierto para calmar sus pensamientos y de paso su mal carácter y orgullo. Ahí hace penitencia y ayuno, pero se da cuenta que su temperamento no cambia mucho, que él no estaba hecho para vivir en soledad por lo que vuelve a la vida ordinaria.
Luego de pasar unos años en Constantinopla regresa a Roma donde es asignado como secretario del papa san Dámaso I. San Jerónimo escribía las cartas que el papa le encomendaba y al ver la elegancia y precisión de sus textos, le encarga la difícil tarea de traducir la biblia. El primer libro que traduce es el de Adbías que es el más corto.
Además de su trabajo como traductor, fue un prolífico escritor. Sus documentos abordan una amplia gama de temas, incluyendo la exégesis bíblica, la teología, la moral y la espiritualidad, con numerosos tratados, cartas, comentarios y biografías de santos.
Muere el 30 de septiembre del 420 en Belén a la edad de 80 años. Vivió cerca de 35 años en una gruta, cerca de donde nació Cristo. Su cuerpo está sepultado en Roma, en la Basílica Papal de Santa María la Mayor.
San Jerónimo no era un santo cuando comenzó su comisión. A pesar de sus luces y sus sombras, la alcanzó. Así todos estamos llamados a conseguir el cielo. ¡Que san Jerónimo nos guie en nuestro intento!