Querido amigo:
Mientras estoy en la clase de consultoría, me viene continuamente tu persona a mi mente.
Recién nos hicieron pensar en alguna persona que nos haya escuchado. Y enseguida me viniste vos sin dudarlo.
¡Uff! Si me habrás escuchado. Fuiste realmente un refugio en medio de la tormenta. Y una tormenta de aquellas. Una tormenta que no me daba tregua y donde parecía que no había fin.
Tiempo raro si lo fue. No solo por los vientos fuertes sino por todo lo que me sucedió por adentro.
Creo que gané. Gané enfrentarme a mí misma, gané mirarme de frente y no tenerme tanto miedo. Gané abrir mi mirada. Gané valentía. Gané en ser menos dependiente -aunque sigo siéndolo en alguna medida- pero ya de otra manera.
Gané saberme un ser humano más, con mis propias experiencias, mi unicidad, pero también mi identificación con la humanidad entera. Muy loco, pero así lo sentí y lo siento.
Gané en escuchar mejor a otros. Evidentemente lo que yo sentí al ser escuchada, lo quiero hacer sentir a todos los más que pueda. Me cuesta, por supuesto, pero estoy aprendiendo.
Gané aumentar mi fe. Sí, el haber podido dudar, el haber podido mirar mis sombras, el haber abierto mi corazón de par en par con Dios de una manera totalmente honesta y humana, me acercó más a Él. Evidentemente Dios no quiere protocolos, o rituales superficiales, o que “cumplamos” con la tarea. No, Dios quiere sinceridad, desnudez total. Y cuando nos acercamos así, pareciera que su oído se acerca y te abraza como sea que estés, roto, sucio, enojado, lo que sea, te abraza, te abraza y te sigue abrazando hasta que todo cambia. Y uno se sabe amado y ahí salimos transformados. Y ya no le tememos tanto a la tormenta. Incluso parece que caminamos sobre ella con una fortaleza desconocida.
Gané confianza también. Cuando uno se siente escuchado, sin recibir consejos, ni fórmulas, solo una presencia absoluta e interesada en uno, algo sucede que las respuestas van apareciendo, el camino se va allanando, y de a poco, lentamente va surgiendo claridad para saber por dónde seguir.
Sí, todo eso gané con alguien dispuesto a escuchar. Sin juicios de valor, sin querer arreglarme la vida, con empatía hacia mi persona y mi realidad y especialmente con mucho amor.
Porque evidentemente en ese amor habita Dios. Y si Dios es amor, es el mismo Dios que está presente. Tremendo.
Agradecida profundamente, Analía
Hola Any, celebro con gratitud, este renovado tiempo tuyo.
El Señor te siga bendiciendo y ministrando para Bien tuyo y de Todos tus Cercanos.