Esperábamos el cambio de luz del semáforo, de repente, bajé el volumen de la radio que, a esa hora, transmitía algunas noticias de interés nacional. No pude contener la decepción e hice una pregunta a mi esposo, la cual no tenía nada que ver con nuestra conversación previa. ¿Por qué hacer el bien es tan difícil? Le tomó unos segundos responder, él sabe que cuando hago esta clase de cuestionamientos, su respuesta debe ser concisa, pero con argumentos suficientes para satisfacer mi inquietud.
—Hacer el bien no es difícil, hacer el mal, sí.
—Explícame —refuté, mientras la luz verde daba paso a los vehículos.
—Pondré un ejemplo práctico, así no profundizaré en el tema al que quieres referirte, no es mi intención politizar la respuesta. Supongamos que un empleado tiene por costumbre llegar tarde a su lugar de trabajo: el primer día, el jefe y sus compañeros lo pasarán por alto; en el segundo, tendrá que inventarse una nueva excusa; al tercero, una excusa más; al cuarto día evadirá a todos, creará una mentira tras otra.
Será complicado que encuentre la manera de salir airoso, en una situación insostenible en el tiempo. Para evitar toda esa serie de engaños, resultaría más lógico llegar en el horario establecido, pero como su intención es hacer lo incorrecto y está alentado por esa viveza innata que tienen ciertas personas, pensará que se ha salido con la suya, sin considerar que, tarde o temprano, esa mala actitud hará que sea despedido. Recuerda que el camino del bien es largo y recto, cuesta un poco seguirlo, no admite los atajos a los que está acostumbrado el mal —culminó.
Sabía que el ejemplo dado era su manera correcta de explicar la diferencia entre ambos conceptos, sin embargo, quise dar el giro político que, inicialmente, me llevó a formular la pregunta. Esa mañana estaba ofuscada por toda la información negativa, generada por las acciones de quienes dirigen el destino de mi país, y también por lo que sucede en otras partes del mundo y, a pesar de que parezca que los problemas ajenos no nos afectan, basta recordar lo que sucedió con la pandemia, sin duda, formamos una cadena de daños y beneficios.
Cuán ciertas son las palabras del humanista y escritor, Isaac Asimov :«Nos acostumbramos a la violencia y esto no es bueno para nuestra sociedad. Una población insensible es una población peligrosa», y es una lástima, porque en eso nos estamos convirtiendo.
«¿Por qué no hacen las cosas bien? ¿Por qué se toman decisiones a favor de unos pocos, perjudicando a los demás? ¿Por qué hacer el bien es tan difícil?», reitero en mis pensamientos. No sé si soy la única que cuestiona lo mismo, sobre todo, en tiempos electorales, cuando el hartazgo de las reiteradas promesas incumplidas, rebasa la paciencia, y se juega con el intelecto humano. Lo único que me tranquiliza es saber que, al final, el mal nunca triunfa aunque, por momentos, parezca que sí.