El 18 de este mes recordamos a uno de los cuatro evangelistas: san Lucas. Sabemos que fue médico, porque san Pablo así lo describe en una de sus cartas y que posiblemente era pintor, porque la tradición nos indica que él es el autor de algunos iconos que hasta hoy se veneran de la Virgen María. Seguramente con la Madre mantuvo largas pláticas pidiendo detalles de su Hijo para luego dejar por escrito sus recuerdos “según lo que nos han transmitido aquellos que fueron, desde el comienzo, testigos oculares y ministros de la palabra”.
Dos de los iconos más reconocidos de la Virgen María que se le atribuyen son Nuestra Señora del Pueblo (Italia) y Nuestra Señora de Czestochowa (Polonia). Un escritor bizantino del siglo VI, llamado Teodoro Lector deja por escrito que Lucas el evangelista además de médico era pintor y que en el año 240, Licinia Eudoxia, emperatriz romana de occidente, envió desde Jerusalén un Ícono de la Virgen María pintada por el apóstol.
No sabemos dónde nació, pero posiblemente era griego o judío de la diáspora. No conoció directamente a Jesús, pero estuvo cerca de María y los apóstoles, sobre todo de Pablo con quien vivió aventuras en su segundo viaje por el año 50 anunciando la Nueva Buena. Tampoco sabemos cómo murió, unos indican que fue mártir en tiempos de Nerón, y otros, que murió de causas naturales. Sus restos están en la Basílica de Santa Justina en Padua, Italia; pero el cráneo está en la Basílica de San Vito en Praga, República Checa.
Su evangelio es el más descriptivo. El texto es de fácil lectura, aunque escribe en un griego muy culto, ya que encontramos más de 2500 vocablos distintos. Presenta a Jesús en su preferencia por los más pobres y a las mujeres como cercanas a él. En el prólogo, san Lucas pone de manifiesto porqué escribe y a quién lo hace, de una manera que no tiene comparación con los otros evangelios, una introducción a la usanza de las obras literarias del mundo griego, presentando su objetivo y el destinatario.
El Cristo que nos presenta tiene una perspectiva más humana del verbo encarnado, donde la misericordia y el perdón son temas recurrentes. Se dice que el evangelio está escrito para los romanos, porque explica muchas prácticas y rituales judíos. El propósito de su legado es darle solides a las enseñanzas de Jesús, ya que no es para dar el primer anuncio, sino para reforzar la fe de los que ya conocen al Mesías.
San Justino escribió que los evangelios son memoria de los apóstoles. Efectivamente, recordemos que primero fue la predicación verbal, pero al pasar del tiempo, mientras fallecían aquellos testigos oculares, a algunos les pareció oportuno y necesario dejar por escrito los hechos y milagros de Jesús para una segunda o tercera generación de cristianos. ¡Bendito sean aquellos que dejaron que el Espíritu Santo soplara en sus voluntades y permitiera dejarnos este gran regalo!