Eso me deseó mi hermana para este domingo.
Parece que sabía que lo necesitaba. Esa simple frase, hizo que me quede tranquila conmigo y me amigara con mi necesidad.
Porque a veces lucho con mi culpa, con mis “debería”. A veces sé qué necesito, pero quizás no coincide con mi “reglamento” y esa dicotomía me produce una pequeña lucha interna que me molesta y no me permite vivir mi necesidad con paz.
Muy loco y hasta ridículo porque si lo pienso bien, lo mejor que puedo hacer es escucharme y no solo saber sino hacer lo que necesito sin ningún sentimiento de culpa.
Hoy necesité quedarme en casa sola. Necesité sentarme por un rato largo, leer parte de un libro y algunos otros textos sueltos, pensar, meditar, llorar a calzón quitado sin que nadie me mire ni me diga nada. Necesité un rato de tranquilidad sin escuchar la palabra “maaaa” por un espacio largo. Necesité no tener apuro ni correr para preparar algo.
Y me gustó el deseo de mi hermana: “Que tengas un día como lo necesites”. Que no significa que sea un día festivo, ni de alegría, a veces necesitamos un tiempo de soledad, de llorar en paz, de hablar con Dios a solas y volcar todo lo que tenemos adentro. A veces necesitamos un día de introspección profunda, o de sueño tal vez, de dormir y dormir para renovar nuestras fuerzas. O de hacer cosas que normalmente no hacemos, o al revés, no hacer lo que normalmente hacemos. O directamente no hacer nada. Cada uno sabe bien qué es lo que anda necesitando.
A veces necesitamos romper nuestras propias reglas y escuchar nuestra necesidad.
Y no hablo de que siempre hagamos lo que queremos, ni me refiero a ser egoístas poniéndonos primeros todo el tiempo, sino a ser más flexibles con nosotros mismos y por ende con el resto. Digo, a distinguir cuándo la necesidad que se presenta la podemos cumplir y cuándo es conveniente esperar.
Y habilitarnos nosotros mismos y sentirnos en paz.
«Que tengas un día como lo necesites».
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