Encontré en Youtube unos videos de un certamen de belleza, en el cual participé cuando tenía veinte años, estoy hablándoles del año 1995, etapa en la que la vanidad se alimentaba de esa clase de experiencias. Pensé que dicho evento había quedado en el olvido, ya que busqué durante algún tiempo esa evidencia concreta de mi paso por el mundo de las pasarelas, sin resultado, hasta ahora que, al parecer, alguien ha tenido la iniciativa de rescatar esas memorias.
Dichos videos extrajeron ciertos recuerdos, entre ellos: que la mitad de las participantes era de Guayaquil, y la otra de Quito, por ello, los organizadores decidieron que, para equiparar la representación, a cada una se le asignaría una provincia diferente, así que me tocó Chimborazo, lo acepté sin refutar puesto que amo a todo mi país, pero… pensándolo mejor… no debí aceptar dicha imposición, siento que fui despojada de mi identidad como guayaquileña, algo de lo que siempre me he enorgullecido.
Otra anécdota fue la tarde en la que modelamos unos abrigos, confeccionados por una prestigiosa diseñadora ecuatoriana, al equipo de producción no se le ocurrió mejor idea que hacerlo en los páramos de la Sierra, y mientras caminábamos por una ladera hasta ubicarnos en el punto donde se realizarían las tomas, un gélido frío recorrió mi cuerpo, al punto de no sentir mis extremidades, el constante goteo nasal impedía concentrarme en las instrucciones dadas por los productores, acoto que no era la única en ese estado, ya que mis compañeras estaban igual o en peor condición. No recuerdo exactamente cuanto tiempo duró nuestra convivencia grupal, entre ensayos, viajes a distintas provincias del país, hasta llegar a la noche de elección, solo que esa efímera amistad, con el transcurrir de las horas, se convirtió en una discreta rivalidad; era de esperarse, ya que cada una aspiraba a ser la próxima Miss Ecuador.
No niego que esperaba un mejor resultado para mí, o al menos para las que consideraba favoritas, en todo caso, el jurado decidió que la ganadora fuera la primera representante afroecuatoriana quien, según su criterio, reunía todos los atributos necesarios para llevarse la corona. Al finalizar el evento, la frustración se reflejó en los rostros y las palabras de aliento entre las no seleccionadas, los egos fueron aplacados ipso facto. En una esquina de los camerinos, llorando, solo pensaba en mi mamá, sentí que la había defraudado, ya en cada concurso de belleza en el que me inscribía, dejaba un poco de sus ilusiones. Gané algunos para su satisfacción, con este cerraría el broche de oro, lastimosamente, para ella, no fue así. Para mí, en cambio, fue liberador al final de todo, porque mis metas eran tan distintas a lo que mamá quería.
Después de varios tropiezos, en diferentes circunstancias, entendí que realizar sueños ajenos es extenuante, y que cumplir los propios debe ser prioridad. Nunca permitan el control de terceros, por eso decidí que ese sería mi último concurso de belleza.
Mi hijo,el menor, me espeto un día y sin levantar el tono ,ni alterar la expresión de la cara … “ tú quieres vivir vicariamente a través mío”. Bueno , el conmigo no se anda por las ramas y si soy sincero , yo creo que aprendo más de él que lo que el aprende de mi. El es un viejo y solo tiene veintitrés y yo me creo un joven y me acerco amenazadoramente a los setenta. Creo entender los puntos que Ud levanta y todos son válidos . Sin embargo ( perdone el atrevimiento) me parece que debió elaborar y con mayor profundidad ,tratar el temas de los concursos de bellezas. No me refiero a las motivaciones familiares , sino al espacio de atención que se le da a la sexualización de la belleza femenina y con que propósitos y cómo influye en la
cultura popular .
A cumplir los sueños propios!