“Chicos virilizan videos de una compañera desnuda”. “Estudiantes llevan armas a las aulas”. “En las mochilas de los estudiantes se encuentran drogas”. “Nadie puede tocar a un estudiante ni revisarles sus bolsos, lo prohíbe la ley”. Últimamente en una ciudad de España nos decían: “en los WhatsApp de los estudiantes se pasan frases como estas refiriéndose a sus compañeras y compañeros de pupitre, “son todas unas putas”, “hay que partirles las bragas”, “no se aceptan mariquitas en este colegio”. ¿Qué puede provocar este tipo de frases en los educadores?
Los sentimientos de muchos o de todos los educadores serán de indignación, de susto o alerta. Pero, un buen educador reflexiona: ¿a quién estamos educando? ¿qué pasa con los chicos?, entre otras peguntas. Alguno será más crítico: ¿tenemos claro el perfil de estudiante que queremos formar? ¿cómo lo estamos haciendo? ¿qué indicadores tiene un cuerpo directivo de un centro educativo para saber que está cumpliendo su misión? Un real educador reflexionará sobre el papel de los padres en la formación de sus hijos y por qué eligieron estos centros educativos para educarlos, como pensar el rol del estado y de reales políticas públicas de una educación de calidad ¿dónde queda? ¿Solo en leyes, normas y sanciones? Muy pocos se preguntarán sobre ¿cómo estamos acompañando a nuestros estudiantes a crecer? ¿cómo nuestros métodos pedagógicos alcanzan los objetivos del aprendizaje y ayudan a motivar en el deseo de aprender a aprender?
Lo cierto es que educadores somos todos, no solo los profesionales de la docencia, sino sus padres de familias, las autoridades de la ciudad y el país en donde debemos tener claro que no solo educamos para transmitir conocimiento, ni para contagiar un legado del pasado, ni solo para prepararlos para el trabajo y la productividad. Lo esencial no se negocia, pero si no se lo tiene claro en las actividades de cada día será imposible alcanzar el gran objetivo de la persona que queremos formar, “hombres y mujeres que sepan amar, trabajar con dignidad y por eso son creativos, justos, solidarios”.
Se cataloga la situación juvenil de alto índice de delictividad, conflictividad. Lo primero que tenemos que hacer es no generalizar que todos los jóvenes son iguales. Tampoco estigmatizarlos, ya no hay qué hacer, no hay regeneración, ningún delincuente ni drogadicto se puede recuperar. Sabemos que esta afirmación es falsa. Lo que vemos es, quienes se recuperan requieren en primer lugar que el rol de papá y mamá no se pierda. El amor transforma, pero es paciente, aguanta todo porque ama, por eso es eficaz. Pero, se necesita mucha inversión no solo de personas y tiempos, sino de instrumentos y técnicas, y allí la sociedad se divide entre los que tienen y pueden y los que no.
El estado brilla por la ausencia, no solo por falta de políticas públicas de calidad en salud y educación, sino del tener claro que los fines de la educación, la persona que quiero formar debe manifestar el país que necesitamos y el modo que requerimos para llegar a él. Y lo más grave, como nos señala la canción de Rubens Blades, sin “amor y control” no hay solución. En vez de control pongamos ACOMPAÑAMIENTO. Formar hijos y formar personas solo será posible si se acoge, acompaña, promueve e integra. No acogemos un número de matrícula, ni mucho menos dinero en los privados para ofrecer un servicio educativo, sino a una persona que es un proyecto de vida que debemos acompañar para que desarrolle y retroalimentarlo a tiempo, sin conocer al estudiante ni su contexto será imposible.
Una buena educación de calidad es cuando se empodera a nuestros alumnos no solo en saber conocer qué son las cosas, ni solo saber hacer o para qué sirven las cosas, sino para saber vivir, convivir y ser feliz, crecer con sentido pertenencia a su pueblo y planeta por eso lo conoce, lo cuida y lo embellece. Entonces tenemos personas íntegras que integran una sociedad que no es la suma de partes, sino el todo de un pueblo que se manifiesta en cada una de sus partes. Lo que le afecta a una parte, repercute en el todo de la sociedad.
Pedro Ansó Esarte, nos sugiere ante lo que está pasando con la juventud en España, que recordemos que “educador es un docente, como un padre de familia, como un médico cuando enseña que un embarazo no es una enfermedad, que educa un entrenador cuando enseña sanamente a competir y no a ganar un partido meramente, un político cuando hace buenas leyes en función del bien común y no en crear trabajadores y consumidores”.
“El horno no está para bollos”, y el panorama actual requiere que hagamos un alto en el camino y una seria reflexión para reimaginar la educación y la sociedad que queremos. No está demás revisar nuestra escala de valores y medir el grado de conformidad que tenemos con nosotros mismos. A lo mejor necesitemos silencio, meditación, ciertas dosis de espiritualidad, un cambio de mente y de corazón. Todos somos responsables por la vida y del desarrollo de nuestra ciudad, país y el mundo.