Mis chicos de medicina han reflexionado enormemente sobre la vida, desde el campo de la BIOÉTICA, materia que trata de las decisiones correctas al momento que, usando la tecnología puedes alargar la vida, acortar la vida o alterar el proceso normal de dar vida, de nacer, de vivir.
Pensar la vida desde la muerte es una de las asignaturas que universidades y colegios no han desarrollado y cuesta ofrecer una propuesta adecuada, cuando en la malla curricular prima las asignaturas de las ciencias y las técnicas que producen bienes y servicios. No hay lugar para valorar los espacios de gratuidad y desarrollo del ser. Más si deben cumplir con unas serie de asignaturas que evaluarán si tienen los conocimientos y las habilidades que deben emplear en sus profesiones. Por ello, reflexionar qué es la ética y para qué sirve es un espacio privilegiado del saber, del ser, del vivir y convivir. Este semestre he comenzado con los estudiantes de medicina desde la Bioética, como complemento de la ética personal (cuál es el criterio para tomar una decisión que me haga libre y bueno, bello y verdadero), de la ética profesional (qué es lo que hace que sea un buen médico, un buen profesional), ética socio-ambiental (qué es lo que hace que los efectos de mi vida privada o pública cuiden o dañen el plantea, la convivencia social). Mucho lío para apenas dieciocho horas por semestre de clase, que complementan con horas personales o grupales.
Uno de los temas bioéticos más delicados es el de la eutanasia (buena muerte), término ambiguo para designar si aceleramos la muerte de alguien intencionalmente para que ya no sufra más –eutanasia activa- o dejamos de hacer algo para no prolongar más ni por métodos artificiales la vida de un enfermo terminal –la llamada eutanasia pasiva- No es fácil dar criterios definitivos, peor dogmáticos cuando lo que está en juego es el dolor de alguien que lo padece, y cuando tiene capacidad de decisión –autonomía llaman los filósofos éticos- para decidir si quiere y puede vivir así. Pero vale la pena el ejercicio de pensar y desde la responsabilidad de todos por ayudarnos todos a buen vivir, entonces sí hablemos de un buen morir, si hemos hecho lo anterior y no dejar solo el criterio a la “academia”, las leyes y sus jurisconsultos, los especialistas de un campo del saber específico. La vida que nos fue dada la debemos valorar no solo desde su funcionalidad sino desde su misterio y totalidad. Nuestro ser no es una mera combinación de neuronas y células, tejidos y sistemas. Es una maravilla que provoca admiración y cuyo misterio último lo da no solo la muerte, como fin, sino la vida como proceso total. Comprender lo que somos solo será posible desde la profundidad del pensar, del ser.
Mis chicos vieron dos películas, debatieron, compartieron y leyeron un artículo de un experto. La ponderación final es su criterio personal, que se hizo colectivo que lo que prima es mi libertad o autonomía, mi individualidad y lo que yo siento. Esto me deja pensando si los valores culturales que hoy vivimos son absolutos o relativos. O ¿hemos invertidos los valores y la finalidad de la existencia?
Una película que fue un caso real, “mar adentro”, española, el caso de Ramón San Pedro, 28 años parapléjico decide que el Estado le permita que un médico le aplique la inyección de cianuro porque ya no soportó estar prostrado y depender de sus seres queridos. Otra película “inseparables” argentina, en las mismas condiciones gracias a la amistad de Tito que lo cuidaba y a unas cartas de una mujer interesada en Felipe, el enfermo, no encuentra motivos para morir.
Una alumna, Abigail, escribió: “En mar adentro el personaje busca la eutanasia debido a su percepción de la mala calidad de vida, mientras que en insuperables el personaje no encuentra motivo gracias a la amistad y las nuevas experiencias. Felipe, de “insuperables”, comprende que la felicidad no está ligada a la capacidad física, sino que puede encontrarse en las relaciones humanas y experiencias compartidas”.
En estos días se está debatiendo en la Corte Constitucional el tema muy delicado de un caso que pide que le permitan morir con dignidad, Paola Roldán. Escuchemos su angustia, pero acompañemos a la persona, no podemos quedarnos solo en debates o leyes.
El grado de salud de una persona, según la Organización Mundial de la Salud, se mide por su capacidad de autoposesión de su cuerpo y de su mente y esto se mide por su capacidad de desplazamiento, autocontrol, conciencia y de relación interpersonal. Esto conlleva a ser uno mismo, eso es pensar moralmente y estoy en la capacidad para enfrentar la vida. La historia del mayor astrofísico del siglo Stephen Hawking, da qué pensar y admirar el misterio de la vida.
Tema sumamente interesante y tan necesario de poner sobre la mesa. Mucho para profundizar. Gracias por estas líneas que nos permiten abrir debates y pensar.