Desafíos con sorpresas. Eso es lo que sucede cuando nos animamos, cuando intentamos.
Sorpresas de las buenas acontecen cuando por fin salimos de nuestra zona de confort, cuando nos arriesgamos a hacer algo nuevo, a dar un paso más de lo que pensamos que podemos.
Cuando salimos de nuestra caja, de repente se abre un mundo nuevo, aparecen regalos inesperados. Y encima regalos caros, de los buenos. Aun me atrevo a decir que hasta nuestra imagen de Dios cambia. Porque esa imagen que teníamos era muy chica y limitada. Y Dios es más grande que todo y que cualquier imagen que nos podamos hacer.
El desafío de intentar es un reto muy caro. No cualquiera está dispuesto a pagarlo. Por eso, en la mayoría de los casos, la vida misma nos empuja a hacerlo. Y si lo aceptamos, ganamos. Siempre ganamos. Porque el intentar no se relaciona con un resultado determinado. El intentar tiene que ver con la acción misma. Con el hacerlo y nada más. Tiene que ver con el no quedarnos estancados, con el vivir plenamente la vida. Ya con intentar ganamos, aunque el resultado no sea siempre el esperado. Si es así, ganamos doble, pero sino ganamos igual.
Tiempo de intentar. Tiempo de dar ese paso temido y que quizás no damos porque muchas voces de afuera nos mantienen quietos. Tiempo de intentar, de salir del mismo lugar donde solo nos conserva anquilosados, estáticos y atrofiados me animo a decir. Porque el no intentar se asocia al miedo, a la cobardía, a la comodidad y al no movernos. Y el no movernos nos hace menos humanos. Y nos perdemos de las sorpresas que están esperándonos en otro trayecto. Y nos olvidamos de vivir de verdad. Tiempo de intentar por intentar más allá del resultado. El hecho de intentar tiene una ganancia asegurada, tiene un beneficio intrínseco que es la satisfacción propia de intentar y romper con uno mismo, con bloqueos propios, con condicionamientos que traemos, con la mirada ajena, con nuestro propio miedo al fracaso. Y no hay fracaso en intentar. El fracaso en no hacerlo. Es como un acertijo que hay que descubrir, que tiene trampa. Que nos entretiene hasta que de repente, ¡zas! se nos “hace la luz” y listo, intentamos. Y ahí aparece la alegría de haber desenmascarado el acertijo que por tanto tiempo nos mantuvo “seguros” pero sin sorpresas. Y van apareciendo más colores y sensaciones nuevas y personas estupendas y encuentros de los buenos, esos que te ayudan a seguir adelante y a seguir intentando.
Y el propósito de nuestra vida se va cumpliendo de manera más plena porque el intentar nos abre puertas a lugares que nos están esperando. Y de repente nos animamos a más y tenemos menos miedo, o en todo caso lo agarramos y lo llevamos con nosotros, pero ya no nos estanca.
Y de repente la alegría que trae el intentar aflora y por fin entiendo que solo intentando ganamos…siempre ganamos.