Diciembre es uno de los meses más bonitos del año, en casi todo el mundo. Las luces de Navidad nos invitan a vivir una fiesta continua durante todo el mes, nos hablan de que es una época especial. Y así es. Aunque desde hace mucho el sentido de la Navidad se ha desvirtuado y se guía hacía fines comerciales, incluyendo no solo la actividad de los comercios que incita en todo momento a comprar cosas, viajar, etc., sino también aquellos acciones de “caridad social”, por las que en todas partes te piden dinero, regalos, canastas navideñas, para los más necesitados, claro, pero igual, te llevan a hacer compras, a gastar, a veces lo que no tienes para “quedar bien” con los demás.
En ese sentido, pienso que las entidades, sobre todo religiosas deberían solicitar ese tipo de ayuda o regalos en otros meses del año para ir poco a poco retomando el verdadero sentido de estas festividades, que es celebrar la venida de Cristo al mundo, con su mensaje de amor para todos, y que es lo que, sin duda, debemos promover y compartir, mucho más allá que dar canastas, regalos.
Al pedir estas donaciones de canastas navideñas y juguetes, obvio con la mejor intención, estamos fomentando en las personas el hecho de que Navidad es recibir cosas. En los niños, sobre todo, que Navidad es recibir regalos. Sería mejor incentivar a visitar las escuelas, hospicios, hospitales; motivar a que se comparta tiempo entre la gente, y no cosas. Tiempo que implica dar algo de sí, calor humano, una sonrisa, cantar villancicos juntos, contar historias… ¡Eso es más!, aunque parezca menos. Así la Navidad iría retomando su verdadero sentido, el compartir el Amor unos con otros.
No estoy en contra de dar regalos, de hecho, los Reyes Magos, ofrecieron presentes a Jesús, en el pesebre de Belén. Los obsequios son siempre bien recibidos, sobre todos por quienes menos tienen, pero podríamos intentar dar más de nosotros mismos, aunque suene trillado, una sonrisa, una llamada, una visita. Comenzando desde casa, desde la propia familia, los amigos, los vecinos y así se va extendiendo ese darnos a la comunidad, llevando un poco de alegría, de ánimo, de fe y esperanza. Se requiere mucho de todo eso, que lamentablemente o beneficiosamente, no tiene precio, no se vende en ningún lugar, es gratis y solo precisa de nuestra buena voluntad, de nuestras ganas de compartir la vida. Siempre hay alguien que necesita de ti.