Señor, concédeme la Serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar; Valor para cambiar las cosas que puedo; y Sabiduría para reconocer la diferencia.
Desde el 25 de noviembre, día de la no violencia contra la mujer, al 10 de diciembre de cada año se lleva adelante la campaña #Únete, establecida por la ONU para crear conciencia sobre el problema de la violencia contra la mujer, pero sobre todo para visibilizar la lucha centenaria por superarlo.
La Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer emitida por la Asamblea General de la ONU en 1993, la ha definido como todo acto de violencia que pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o sicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada.
En los últimos 15 años se han firmado acuerdos intergubernamentales, se han abierto foros internacionales, creado campañas en redes sociales que estoy casi segura que todos hemos observado o leído alguna ocasión, de igual forma creo que todos estamos de acuerdo con que la violencia no es el camino. Sin embargo, hoy no puedo hablarles de los hermosos resultados de estas acciones globales ya que como vemos cada día, los datos sobre la violencia de género no han cambiado: 1 de cada 3 mujeres ha sido víctima de violencia alguna vez, 5 mujeres (niñas o adultas) son asesinadas cada hora por un familiar, esto es en espacios que deberían ser seguros.
Estamos en època de Adviento, los cristianos, somos sobre todo, llamados a mejorar, a reflexionar sobre nosotros y nuestras actitudes. Yo los invito a pensar en nuestro rol dentro del problema global de la violencia contra la mujer. Sabemos que el resultado más grave de la violencia es el feminicidio, es decir el asesinato de una mujer ocasionado por su condición de mujer siendo los asesinos en su gran mayoría las parejas sentimentales, es decir, aquello quienes debieron haberlas amado.
¿Cómo llegaron a ese resultado? ¿Cómo no se identificó un problema tan grave?
No hemos definido adecuadamente el concepto de violencia. Estamos en contra de la violencia, hablamos de evitar la violencia, pero, ¿qué actos son violentos? Violencia es todo lo que irrespeta a nuestro prójimo.
Nuestras palabras pueden ser violentas, si con ellas dañamos a otras personas, si son ofensivas o de doble sentido que buscan producir ansiedad, dañar la autoestima o la imagen de la otra persona.
Podemos usar las palabras de manera positiva o para manipular, descalificar, burlarnos o humillar. Utilizar palabras inadecuadas u ofensivas, es la más común de las formas de violencia, la vemos presente en el trato de las parejas que al no poder solucionar sus diferencias se maltratan de manera constante con sobrenombres o epítetos ofensivos disfrazadas como muestras de cariño.
La vemos en profesionales y autoridades que no pudiendo realizar su labor adecuadamente escudan su poder en el maltrato y abuso a sus subalternos, pretendiendo compañerismo o liderazgo.
La violencia física que es cada vez más “común”, surge del desconocimiento del espacio personal. Si pudiéramos estar convencidos de tratar mi prójimo como quisiera que me traten a mí, las relaciones con nuestros compañeros serían diferentes. Pues brindaría ayuda, saludaría al llegar, daría las gracias, pediría por favor, no tomaría sin permiso lo que no es mío, no golpearía ni insultaría a mi amigo “por jugar”, ya que eso no es jugar: es falta de respeto.
La violencia sexual es también una realidad, y es más difícil de reconocer porque ni siquiera nos atrevemos a nombrarla, porque viene acompañada por el silencio, el chantaje, la humillación: lo digo, lo cuento, te hago daño, se enteran… la aceptamos o permitimos que pasen cosas que no deseamos para no ser castigadas, para ser aceptadas, para no ser juzgadas o estigmatizadas.
Y tal vez la mayor violencia viene dada por nuestro silencio ya que permite que se den acciones que ofenden a una mujer o a un hombre en su dignidad personal. Nuestro silencio, tan común, le da poder al violento sobre la víctima y sobre nosotros.
Más, por ser común no es normal. No podemos aceptar ningún tipo de maltrato verbal o físico de nadie. ¡Nadie puede gritarnos para ejercer su poder!, ni insultarnos para evidenciar nuestros errores, ni humillarnos para resaltar su posición. Es lícito que nos levantemos contra esto, que acudamos a buscar ayuda, pero no ayuda por miedo, sino ayuda por propio derecho.
Nuestra dignidad viene dada por nuestra calidad de hijos de Dios, fuimos hechos a su imagen y semejanza; fuimos bautizados y nombrados como sacerdotes reyes y profetas. Es hora de que nos empoderemos de esta realidad: hombres y mujeres conscientes de nuestra real dignidad humana y desde ese sitial ser capaces de tratarnos con respeto y amor.
#Únete: ¡Basta de violencia!